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¿Hasta cuándo el Paine será Natalino?, por Ramón Arriagada

¿Hasta cuándo el Paine será Natalino?, por Ramón Arriagada

Tanto en Puerto Natales como en Punta Arenas, en estos días, se ha celebrado el inicio de la temporada turística. La bienvenida al auge de esta actividad,  cada año que pasa, tiene para muchos de nosotros un sentido especial. No se trata de una simple bajada de bandera  para empezar a  ganar plata después de una larga hibernación. Son muchos,  quienes le damos un sentido más humano a la actividad. Ello, porque ha costado mucho transformar a Puerto Natales en una ciudad que acoja y, sea la base de muchos viajeros,  para el “asalto final” de fascinantes aventuras y  caminatas en el  Parque Nacional Torres del Paine.

Existe  la unanimidad colectiva de impedir que el turismo invasivo se apodere  de nuestra joya escénica; muchos opinantes señalan que habría que disminuir la presión sobre nuestra montaña insignia, buscando otras atracciones paisajistas que en el inventario de Ultima Esperanza son muchas. Pero nada podemos hacer ante la decisión de los visitantes que en su percepción de la Patagonia,  buscan  asombrarse con algo irrepetible. El viajero  quiere regresar a su país con la satisfacción de haber  tenido contacto visual con una belleza irrepetible de la naturaleza.

Cuando uno visita Roma se enfrenta a una de esas sensaciones irrepetibles. La “Fontana de Trevi” a la vuelta de la esquina de un sector de callejuelas, superpobladas por restoranes y comerciantes callejeros, te golpea en la parte más  ignota de la sensibilidad. Para magnificar el impacto que me produjo la mole de mármol y para conmover a mi interlocutor, afirmo sin equivocarme, ¡ Es cómo encontrarse con las Torres del Paine en la explanada de una ciudad!.

En la etapa larvaria del  esfuerzo por atraer visitantes, nos lamentábamos de estar tan lejos del resto del mundo.  Hace treinta años,  aún estábamos ubicados para los europeos en la  “Terra Australis Incognita” o “Terra Australis Ignota”.  La proliferación de la aviación comercial y el deseo de muchos de huir de aquellos sitios turísticos sobrepoblados, nos favorecen aún con visitantes informados, buscadores  impenitentes de sitios turísticos ubicados en las antípodas del turismo  hedonístico de playas, sol, mar y sexo. El destino de las cuatro S (Sun, Sea, Sand and Sex)

En el turismo corriente de  Europa, si antes te preguntaban por Salas y Zamorano, al saber tu identidad de chilenos, hoy el turno es de Vidal y  Alexis Sánchez; ellos siguen con su etnocentrismo acostumbrado en referencia al continente sudamericano.  Ahora, casi nos miran con simpatía. La razón, somos menos numerosos  que los visitantes provenientes del oriente. Se nota el despertar de China y el interés de sus habitantes por las cosas mundanas.  Los yenes, yuanes y rupias no generan rebalses en la actividad turística europea, pues la desconfianza de los noveles viajeros por el mundo occidental, los hace viajar en grandes grupos y,  por lo tanto, tener como refugio  mega-hoteles, mega-comedores y mega- transportes.

No dudo, que la tendencia de visitantes, de  la tercera ola del turismo en forma de sunami oriental, demorará en llegar a nuestras comarcas patagónicas. Un dato, 100 millones viajaron fuera de China el año 2014. Una columna de un diario español lleva por título, “Lujo, la nueva ruta de la seda”, referido  al actual periplo de la ola asiática, bienvenidos en las ciudades españolas pues gastan 2000 euros como media por visita. No estamos cercanos a su destino, pues salen de su país no a ver museos, ni monumentos, tampoco sol ni playas, ni paisajes; les interesa  sólo ir de compras.

Compran artículos de vestir que sean exclusivos. Quieren al volver a su país  y ser diferentes al resto de sus iguales; en Chile no entrarían a Falabella, Ripley o La Polar, porque venden pura ropa china.  Son los únicos turistas que se  puede ver sonrientes, cargados de paquetes de tiendas exclusivas como Gucci, Louis Vuitton, Channel, Cartier o Tiffany en las principales ciudades de Europa.

Celebremos el día del turismo, con la satisfacción de tener a nuestro alcance una bendición del hacedor, que aún es nuestra. Hasta cuando, no lo sabemos.