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Fiestas Patrias en Puerto Edén – Ramón Arriagada – Opinión

Fiestas Patrias en Puerto Edén – Ramón Arriagada – Opinión

Cuando Puerto Edén  sea una comunidad organizada producto de acciones responsables de poblamiento, seguramente en el día de celebración de las Fiestas Patrias, el cronista local deberá recordar que fue en septiembre de 1942, cuando los habitantes del lugar – celebraron por primera vez – tan significativa fecha.  En el lugar se desarrolló un novedoso programa de juegos populares adaptado a las habilidades de los habitantes presentes, mayoritariamente  pertenecientes a la etnia de los alacalufes, también llamados kawescar.

Los acontecimientos que rodearon las festividades dieciocheras en Puerto Edén son relatadas por el cura salesiano Federico Torre en entrevistas sucesivas dadas a El Magallanes, entre el 15 de octubre de 1940 y abril de 1943. Enviado por su congregación al apartado lugar, el misionero de nacionalidad italiana, cuenta de la emoción al ser izado solemnemente el  pabellón patrio de Chile, y como ya algunos nativos repetían estrofas del «dulce patria recibe los votos». Juegos muy sencillos como bucear manzanas, lanzadas por los organizadores, cercanas a la playa despertaron el entusiasmo entre los nativos.  Nómades de los mares, golfos y canales del fin del mundo, los más temidos del planeta por los navegantes, carecían del concepto de nacionalidad y pertenencia al país llamado Chile.

Cuando el misionero italiano llega acompañado por su ayudante Ernesto Radatto a Puerto Edén, ya en el lugar se había levantado una Posta y una radio-estación  de la Fuerza  Aérea de Chile, cuya misión era reaprovisionar de combustibles a los aviones anfibios que volaban  la riesgosa ruta entre Puerto Montt y Punta Arenas. En el año 1942, ya no se cumplía con la misión de origen, debido a los cambios de planes por el accidente del hidroavión “Chiloé”. Pero como presencia humana en el lugar, estaba la radio-estación para  ayuda a los aviones en vuelo por el sector; además de las instalaciones de  la Armada en el Cabo San Pedro, para la navegación marítima.

A los destacamentos señalados, llegaban los nativos de la étnia alacalufes, cuando  debían pedir ayuda, por razones de enfermedad, o bien, cuando loberos y madereros muy violentos provenientes de Chiloé los atacaban. Es por ello, que al arribo del sacerdote Federico Torre, no había indios acampando en la cercanías de Puerto Edén.  Felizmente llegó al sector la familia  de Felipe y Urbano, en una de aquellas típicas canoas, donde se le recomendó a Torre no embarcar a buscar almas para evangelizar. Por lo tanto, una vez entregados los regalos a los recién llegados, el misionero les pidió a los amables nativos,  partir por los canales y transmitir la buena noticia de su presencia.

El sacrificado salesiano no se escandaliza por la desnudez de los alacalufes. Se cubren apenas con girones de ropa, entregada desde cubiertas de barcos que pasan por el Canal Messier o Concepción.  El buen salesiano les proporciona vestuario. Con pena ve que a un infante de pocos meses, desnudo, lo acomodan entre 6 perritos pequeños, lecho que lo hace al parecer muy feliz. La canoa parte a buscar a los demás de la etnia con cinco personas a bordo, seis perros grandes y los 6 cachorritos. El calendario marcaba el 1 de agosto de 1940,  Torre piensa en lo prolongado de la espera, pero el salesiano  se consuela recordando a San  Pablo, cuya máxima como apóstol fue, “Yo he hecho todo para todos, a fin de  ganarme a todos”.

“La vida es triste en Puerto Edén”, confidencia el salesiano. El personal de la fuerza aérea máximo y con muchas dificultades podía llegar de la posta a la radio- estación. Tuvo una gran ayuda del sargento Gaymer, de su esposa Raquel Verdugo y la suegra del uniformado. Héroes anónimos, pues el cariño al lugar los hizo quedarse por trece años, ayudando a la étnia kaweskar a sobrevivir de sus enfermedades, la más temida, la sarna, llevada a los canales por cazadores provenientes de Chiloé, cuyos perros se mezclaban con los canes indianos.

Torre, sabedor del fracaso de su congregación en su relación con los aborígenes del fin del mundo, tenía un lema, “siempre he creído conveniente  dejarlos que vivan según la naturaleza”. Abandona  la misión de Puerto Edén en 1943, entristecido por los pocos resultados obtenidos. Sigue su apostolado en la Patagonia, hasta 1954, cuando ya retirado fallece a los 78 años en la localidad de Pioffasco en su Italia natal.

RAMON ARRIAGADA

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