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Punta Arenas de antaño | Instantes | Francisco Cárdenas Marusic

Punta Arenas de antaño | Instantes | Francisco Cárdenas Marusic

 

    En la lejana comarca al sur del mundo hace unos sesenta años antes del presente, la vida se sucedía lenta y apacible a la vez que laboriosa. En los duros y largos inviernos, cuando escaseaba la luz del sol y las noches se antojaban eternas, de los casas del poblado subía el humo de las chimeneas hacia el cielo puro y frío; en la habitación principal, la cocina, la “estufa” era alimentada con leña y carbón, generalmente de la mina Loreto o de la mina Pecket.  

     Solía suceder de tarde en tarde que la usina a carbón que generaba electricidad en el poblado fallara por largos minutos, generalmente al atardecer. Era el momento cuando las dueñas de casa sacaban de las despensas las velas y palmatorias almacenadas para estas emergencias, entonces todo el ambiente hogareño tomaba un aspecto diferente. La luz de tan sencillo candil poseía la magia de aquietar a los niños quienes con una mezcla entre miedo a la oscuridad y curiosidad nos acomodábamos alrededor de la mesa para escuchar el relato de los mayores que se encontraban presentes, en tanto la plancha de fierro fundido de la estufa, debido al calor que producían la leña y el carbón se tornaba en un rojo incandescente, que la pobre luz de la candela no podía esconder. 

     Era ese corte de luz un momento inefable, una especie de escuela de la vida donde el ramo principal a aprender era la “vida misma” y donde los relatores no habían leído ningún libro en particular pues todo lo que contaban y enseñaban era lo que habían vivido. Los relatos sin excepción estimulaban nuestra imaginación, algunos lograban asustarnos muchísimo (creo que los viejos lo hacían intencionalmente) pues hablaban de leyendas de brujos de Barranco Amarillo en Río seco o de la mujer vampiro que se aparecía en el sector del Río de la Mano. Después de escuchar esos cuentos nadie quería irse a la cama. Muchas veces nuestros padres y abuelos contaban como habían sido sus vidas, sus trabajos y entonces valorábamos el tremendo esfuerzo personal y familiar de nuestros mayores. En otras oportunidades escuchábamos otro tipo de leyendas o historias, como la del famoso “tesoro de Cambiazo” que estaría escondido en algún lugar de la ciudad, cerca del río de las Minas por avenida Colón y calle Magallanes. 

     De pronto, la magia de aquel momento familiar se detenía bruscamente pues se había arreglado el desperfecto en la usina y volvía la “luz” en la casa. Era entonces cuando todos retornábamos a nuestros quehaceres interrumpidos por el corte de luz. Las tareas del colegio, picar leña y hacer astillas para dejarlas secando en el horno de la estufa cosa que a la mañana siguiente estuvieran listas para encender el fuego y preparar el desayuno; también había que entrar carbón. La vieja y grande radio Phillips de “tubos” mientras tanto, comenzaba a calentarse nuevamente hasta que el “ojo mágico” se ponía verde, señal de que ya estaba apta para escuchar algún programa transmitido por alguna emisora local. Infaltables eran algunos programas como “Tardes Mexicanas”, “Mensajes para el Campo y la Ciudad”, por las tardes una que otra “radionovela” de amor para las señoras; por las noches “La Tercera Oreja” una saga de cuentos de terror que junto con los cuentos del “Doctor Mortis” no te dejaban dormir ni una pestañada. Infaltable los domingos después del almuerzo el programa en la radio Polar “Manojo de Versos” dirigido por Alfonso “Cocho” Cárcamo quien nos deleitaba con la voz de diferentes poetas y sus recitados camperos y de diferentes tipos. 

     Así, apaciblemente transcurrían los inviernos y nuestras vidas en la ciudad de Punta Arenas. Nieve, trineos, colegio, laguna de patinar, hogar, familia. Cuando llegaba la primavera, bueno, eso era otra cosa, días interminables, futbol en la calle hasta casi la media noche, excursiones por el río de las minas y muchas cosas más que dejaremos para otra oportunidad.  

     En los días de mucho calor solíamos deleitarnos con refrescos de soda que comprábamos en la fabrica “La Pradera” en avenida Colón… 

REFLEXION 

Si, ya sé que a veces 

Nos perdemos en los arreboles del ocaso 

En la quietud del silencio 

Y en el vuelo de las gaviotas 

Como si el hombre fuera el “ventisquero” 

Que domina la eternidad 

Y permanece quieto  

En la hondonada de los valles 

Con el aroma de las flores 

Y el dolor de la montaña 

En el parto de los ríos 

Mudos y meditabundos 

En la inmensidad de la estepa 

Para amanecer lloviendo 

Con el trajín de la ciudad 

Vientos, olas y espuma  

En los puertos del Estrecho… 

Francisco Cárdenas Marusic 

Guía Naturalista – Patagonia Chilena