Descalificar personas es el último recurso del que pierde | Víctor Maldonado | Opinión
Para tener razón no se necesita que el otro esté equivocado, ni mucho menos que sea la encarnación del mal. Calificar una decisión no necesita descalificar personas y mostrar una debilidad evidente para tener un diálogo honesto.
Esta campaña que está finalizando no solo puede ser evaluada por sus mensajes, sino también por los estilos. Si necesito el lenguaje de la guerra, no estoy construyendo la paz. El hecho de que se haya dado la venia desde la dirigencia de la oposición a una campaña agresiva es motivo de inquietud.
En un evento electoral como el presente cada opción marca las tintas algo más de lo conveniente. Aprobar la nueva Constitución nos hace correr riesgos innecesarios, producto de la ambigüedad de algunas redacciones y, sobre todo, porque toma posición a favor de políticas públicas que debieran ser decididas por los ciudadanos en elecciones periódicas.
Claro que asumir riesgos no significa que cada una de las potenciales dificultades pasarán a ser eventos catastróficos seguros. No obstante, quienes han dirigido la campaña del En contra han entrado en la competencia, pero no en el delirio. Se puede ver por la forma en que ha sido tomada la decisión de Eduardo Frei Ruiz-Tagle en este plebiscito.
Quien revise la prensa verá que la respuesta al mandatario puso su acento en usar sus mismos argumentos para llegar a una ponderación opuesta. Se reconoció la diferencia de opinión, pero la persona de Frei no fue agredida, se respondió a los argumentos, no se descalificó a la persona. La dirección de campaña instruyó moderación y fue obedecida.
Porque se ha procedido de este modo, de ganar esta opción, la etapa posterior al 17 de noviembre augura una rápida recomposición de las relaciones políticas. Queda resguardada lo fundamental de nuestra convivencia democrática, no obstante, se pueda criticar que la publicidad no sea particularmente motivadora.
Las opciones tomadas por la conducción del A favor son distintas. Las diferencias han sido nítidas en la reacción asumida tras la aparición de Michelle Bachelet en la franja de televisión. Técnicamente todo es impecable porque la opción por canalizar la rabia no solo se mantuvo, sino que se amplió al final.
Lo que se sacrifica es la buena política. La distinción entre persona y opinión fue completamente borrada. Se dijo que era lamentable que “terminara su vida política” de este modo y que la exmandataria “mentía” o la “indujeron a mentir”, alternativa esta última que parece más suave, pero que es mucho peor.
En una campaña hay encargados del pugilato más callejero, otros son responsables por una vocería intermedia que responde con cuñas preparadas a la posición contraria, mientras el debate de fondo es asumido por las principales figuras. A Bachelet le respondió la línea de trinchera, subiendo a los otros escalones con igual tono y por eso la nota predominante fue la agresividad.
Las campañas pasan, los agresores desmedidos quedan y se registran bajas entre los que se exceden y pierden. La dirección es republicana, los rostros de agresividad son de centroderecha o se han definido como de “centro”, el papel de estos últimos es instrumental y luego quedarán sin domicilio político conocido.
Víctor Maldonado R.
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