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Migración y trabajo en los orígenes de la colonización de Magallanes

Migración y trabajo en los orígenes de la colonización de Magallanes

Puede decirse que las migraciones dieron origen a la fundación de Magallanes como territorio y de las ciudades más australes de Chile. ¿No eran los chilenos y chilotes que llegaron a Magallanes desde 1843, migrantes en el territorio de los pueblos originarios?

Ahora bien, es necesario reconocer que del «material humano» que llegó desde Europa, salvo una buena parte de gentes emprendedoras y con gusto por el trabajo, también -como en toda comunidad humana tan heterogénea en sus nacionalidades y costumbres- llegaron otros que no soportaron las inclemencias
del clima, la rudeza de la geografía y hasta la soledad de éstos páramos abandonados «a la mano de Dios», por lo que optaron por regresar a sus países de orígen.

Como que el territorio de Magallanes hubiera actuado durante largos años como un inmenso laboratorio de selección natural de las gentes y las personalidades: para quedarse en la Patagonia en aquellos años, había que tener un temple muy firme, una personalidad muy fuerte y una actitud muy perseverante.
Y no todos estaban hechos de esa madera…

Algunos europeos, al igual que había sucedido en los años sesenta con los colonos chilenos, permanecieron inactivos con la comodidad de la ración de Estado y la ayuda material del Gobierno, y cuando ésta terminó simplemente renunciaron y se fueron.

En cambio, un importante contingente de estos alrededor de 400 colonos que llegaron a principios de los años setenta. Franceses, ingleses, escoceses, portugueses, españoles se dedicaron a trabajar y se diversificaron en las más diversas actividades y faenas.
Un grupo de estos colonos se orientaron hacia la actividad de caza de lobos de dos pelos como en el tráfico e intercambio de pieles, plumas y otros abalorios con las tribus indígenas que pululaban por las pampas, para lo cual habrían de procurar engancharse en las goletas del lobero José Nogueira o intentaron armar sus propias embarcaciones.
Otros se dedicaron a la agricultura y a la ganadería bovina, y aquí los suizos
y algunos franceses, pudieron desarrollar su ancestral savoir-faire en materia de
crianza de animales, para la producción de leche y quesos, que después vendían en
el mercado local o abastecían a los vapores de paso.
En cambio, aquellos que tenían poca formación o experiencia artesanal
trabajaron como peones en las faenas de extracción del carbón de la Sociedad
Carbonífera de Magallanes, cuya producción había comenzado a abastecer a los
vapores que atravesaban por el Estrecho.
Y un grupo de ellos además, se orientaron al trabajo independiente ya sea
realizando alguna labor artesanal, en maderas por ejemplo, en el lavado de arenas
auríferas en las riberas del Río de las Minas o en pequeños negocios de comercio.
Este grupo de «colonos independientes» -por nombrarlos de alguna manerafué el motor impulsor de nuevas explotaciones e industrias, como la explotación de
las guaneras en las costas del Estrecho al norte de Punta Arenas, que realizaron el
alemán Julio Haase y el chileno Cruz Daniel Ramírez, o la creación de aserraderos,
el primero de los cuales -un rudimentario establecimiento que cortaba y pulía las
maderas con máquinas a vapor, en Río de los Ciervos- estuvo en manos de
Guillermo Bloom, herrero que habíamos visto recién emprendiendo el comercio, o
también la industria de aserradero del inglés Enrique L. Reynard, antes que se
interesara en la ganadería…

La creación del primer horno para la fabricación de ladrillos, por su parte,
contribuyó junto a los aserraderos mencionados, a que la construcción urbana
recibiera un «impulso modernizador»: lentamente desde entonces, el estilo
constructivo de las casas y edificaciones del Territorio, comenzó a perfeccionarse,
pasando desde las modestas casas en madera labrada a hacha con techumbre de
tablas, como lo hacían los artesanos chilotes de los años cuarenta y cincuenta, a
edificaciones de mayor envergadura en ladrillo y paredes sólidas. (162)

Alrededor de 1873 y 1874, el Gobernador de la época Oscar Viel escribió
describiendo someramente la faenas carboníferas: «La población actual de la colonia


En el presente, aún quedan algunos rastros de éstas primeras formas «modernas» de edificación
de los últimos veinte años del siglo XIX: un sitio hoy eriazo en Pasaje Korner de Punta Arenas donde
se levantaba la casona del Deutsche Schule, presenta aún a la vista los cimientos elaborados en
barriles, como se realizaban en aquellos años.


La colonia de Magallanes era en 1874 de 1.300 personas, entre los cuales se encuentran los
trabajadores que había introducido la Sociedad Carbonífera i cuyo número no llegaba
a noventa.» No existen otros registros de estos primeros obreros mineros en
Magallanes, pero es de presumir que fueron traídos sucesivamente desde el centro
del país, muy probablemente desde algunos centros mineros de antigua data en
Chile, como la zona de Lota y Coronel.

Las explotaciones de carbón mineral se efectuaban en un precario sistema
de extracción en el valle del río de las Minas, en las que habían concentradas
algunas precarias casuchas y galpones de madera, para los talleres.
Los trabajadores –después que hubo sido derribado una buena parte del
bosque circundante para obtener madera- laboraban el frente del mineral con
picos, barretas y palas e iban llenando una serie carros de madera con ruedas
(similares a los de la explotación salitrera), los que eran llevados a pulso hasta la
bocamina, desde donde un tren-decauville los llevaba hasta el muelle de carga, que
la Sociedad Carbonífera había hecho construir en la bahía de Punta Arenas.

Más adelante, hacia 1875, el Gobernador Diego Dublé Almeyda dió por
culminados los trabajos de construcción de la escuela de la Colonia, lo que nos
relata Robustiano Vera en éstos términos: «El 28 de febrero de 1875 se inauguró la
escuela en Punta Arenas, arreglando dos salas en la casa que antes funcionaba, con
un buen mobiliario hecho por los carpinteros de la Colonia. En el interior hizo
construir dos grandes salas, una para los niños i otra para las niñas, colocando en
cada una de estas secciones un aparato jimnástico. Estas salas servían de patio a los
alumnos para guarecerlos de las lluvias i del frío.»
El trabajo era lo único que podían y necesitaban hacer, aquellos que se
aventuraban por las desconocidas tierras australes de la Patagonia. Pero, como
hemos visto, para concretar esa aventura necesitaban estar dotados de un espíritu
de laboriosidad, de ahorro, de perseverancia y de austeridad, cualidades que no
todos tenían.