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Mundo obrero, mentalidades y vida cotidiana en Magallanes 1900-1930 | Manuel Luis Rodríguez | Historia y Memoria

Mundo obrero, mentalidades y vida cotidiana en Magallanes 1900-1930 | Manuel Luis Rodríguez | Historia y Memoria




Magallanes, así como el resto de la Patagonia, fue una tierra de síntesis porque fue tierra de inmigración. Y lo que se reunió en este apartado territorio, fue una amalgama de tradiciones y costumbres generando mundos sociales y culturales distintos y a veces contrapuestos.

Esta historia habla de sindicatos, de pliegos de peticiones, de huelgas, pero en realidad, en el fondo mismo de la historia aquí relatada estamos hablando de seres humanos, de obreros, de hombres y mujeres humildes, sometidos a las duras y difíciles condiciones de vida del pueblo.

¿Cómo vivían esos obreros?

¿Cómo eran sus costumbres y vida cotidianas?

El modo de vida cotidiano, doméstico de los obreros y empleados de Magallanes durante el período aquí descrito, experimentó lentos cambios, pero es posible encontrar rasgos más o menos permanentes: hay un modo de vida típicamente magallánico, centrado en el hogar y bajo techo, muy influído por las tradiciones chilotas y europeas que aquí se asentaron.

La vivienda, las costumbres hogareñas y ritmo de vida cotidianos, la cocina popular, la vestimenta y los modos de diversión del mundo obrero y popular han dado fisonomía a las ciudades magallánicas y patagónicas. Ciertamente la vida del obrero y su familia, entre fines del siglo XIX y los primeros decenios del siglo XX, estaba profundamente marcada por la inseguridad y la precariedad, pero aún en ese contexto, los trabajadores fueron llevando pequeñas mejorías a sus hogares, a medida que el tiempo iba transcurriendo.

Los barrios pobres, habitados mayoritariamente por inmigrantes chilotes, estaban ubicados en los bordes periféricos de las ciudades de la Patagonia. Sectores tradicionales como el barrio Arturo Prat, Playa Norte, Río de la Mano o más tarde, la población 18 de Septiembre de Punta Arenas, el sector Chile Nuevo de Puerto Natales, el barrio Chileno de Río Gallegos o el barrio Austral de Río Grande (en la Patagonia argentina), presentaban todos el mismo aspecto: casas sencillas de un piso dotadas de comedor, cocina, uno o dos dormitorios, construídas en madera o forradas en zinc con pequeñas ventanas a la calle, pintadas de colores vivos, barrios con calles rectas de tierra y barro o empedradas, con un alumbrado escaso o inexistente. Muchas de esas viviendas fueron levantadas sobre pilotes de troncos, por sus propios dueños.

La vivienda popular magallánica, incluía un amplio patio, donde junto a la siembra de verduras, podía encontrarse una leñera-carbonera, una carnicera exterior (con puerta de malla fina, para enfriar carne al aire) y hasta un gallinero (con gallinas, patos, gansos y a veces, pavos), lo cual junto con reflejar las costumbres chilotas de sus moradores, hacía posible a la familia auto-abastecerse de carnes de ave, huevos y algunas verduras (papas, lechugas, ajos, acelgas, perejil…)

Las viviendas magallánicas y patagónicas fueron construidas principalmente en madera. El hecho de contar con el recurso de bosques y maderas en estado natural en los alrededores de Punta Arenas y Puerto Natales, le permitió a las ciudades magallánicas un amplio desarrollo en las formas y sistemas constructivos, los cuales fueron traídos por los distintos grupos inmigrantes a la Patagonia: unos, desde Europa con sus estilos de viviendas con techos elevados (en madera o con ladrillos), y otros, desde Chiloé con una mano de obra muy experta en el trabajo con las maderas.


A su vez, el aspecto interior de las casas proletarias de Magallanes era sombrío (estaban pintadas o empapeladas), pero había en ellas una atmósfera cálida. Un pasillo central comunicaba el comedor (que se encontraba junto a la puerta de entrada), con los dormitorios laterales y la cocina al fondo, con puerta de salida al patio. Estas casas se alumbraron principalmente con velas, hasta que la luz eléctrica se generalizó en las ciudades, desde los años veinte en adelante.

El centro de la vida doméstica popular en Magallanes, como en toda la Patagonia, era la cocina. Generalmente más amplia que las demás piezas de la vivienda, de cielo raso en madera pintada y paredes empapeladas, la cocina magallánica contenía la estufa a leña y carbón (que permanecía encendida durante todo el día), una mesa y sillas en madera que servían como comedor diario, y hasta un sofá donde tomaban asiento (o dormían) los ocasionales visitantes. El calor de la casa venía de la gran estufa de la cocina, y de algún calentador alimentado permanentemente con leña, en la pequeña sala de estar.

El baño estaba provisto de una tina de latón, de jarrones y fuentes enlozadas o en loza para el agua caliente, y a falta de alcantarillado, como sucedió en los hogares modestos hasta los años treinta y cuarenta, los desechos domésticos se acumulaban en barriles de madera que el «Servicio de Abrómicos» de la Municipalidad, retiraba semanalmente en carros tirados a caballo.

En la casa popular magallánica y patagónica, gobernaba la mujer.

La sabiduría doméstica y popular de la familia, se transmitía de madre a hija, de abuela a nieta y de suegra a nuera. De fuertes tradiciones chilotas, la mujer realizaba la casi totalidad de las labores domésticas: cocinaba, lavaba, planchaba, preparaba el pan, y aprovechaba sus ratos de descanso para tejer y bordar, sin contar con las tareas de los hijos y el cuidado de su salud. En ocasiones, acompañaba al hombre en el trabajo de la siembra de su huerta. En los hogares proletarios de Magallanes, las mujeres se ocupaban en tejer frazadas y mantas de colorida lana, se bordaban manteles, cortinas y esterillas, y en los meses de verano o durante el embarazo, acostumbraban a bordar y tejer prendas para el futuro retoño.

En estos hogares populares, se lavaba a mano y en tabla (con jabón azul «Sunlight» y «Lavandina») y la ropa era planchada con planchas de fierro o de carbón, y la mujer cosía y reparaba las prendas gastadas de su esposo o sus hijos, mientras el varón o el hijo mayor se ocupaban de picar la leña (que venía en trozos o en rajones).

La cocina popular magallánica se formó con la triple influencia chilota, patagónica y europea.

En los hogares más pobres, la alimentación giraba alrededor de la carne de capón o cordero, papas, legumbres, pescado y mariscos. El plato típico principal de los pobres en Magallanes siempre fue el asado de cordero o capón (fuertemente condimentado) acompañado de papas y lechugas, aunque también lo fueron a mediados del siglo XX, el puchero, el plato de porotos con tallarines (o «con riendas» como se conoce popularmente) proveniente de la zona central, la cazuela de luche (luche, papas y costillas de cordero), el curanto en olla o el charquicán de cochayuyo, provenientes de la dieta del sur de Chile.

Ello explica porqué el «problema de la carne barata» preocupó tan hondamente a los sindicatos obreros en los años treinta, cuarenta y cincuenta: habían razones económicas (su precio reducido) y costumbres culturales (en el campo en Chiloé y en las estancias, se consumía abundante carne de cordero y capón, como que las chuletas formaban parte de la comida diaria de los obreros).

Las verduras y frutas frescas eran escasas y costosas, por lo que se fue haciendo una costumbre cocinar con productos vegetales enlatados, a veces provenientes del extranjero.

En los hogares pobres se tomaba café (de trigo o de cebada) y té en infusión, pero la bebida popular por excelencia fue la yerba mate, una costumbre proveniente a la vez de Chiloé y de las estancias argentinas de la pampa patagónica. En casa, y siguiendo una costumbre antigua las mujeres preparaban mermeladas (de calafate y ruibarbo) para el consumo familiar. Con el tiempo, los hogares populares incorporaron al desayuno el «porridge» (avena hervida en leche con azúcar), componente alimenticio traído por los inmigrantes ingleses, que se incorporó en la dieta que se entregaba en las estancias a los obreros, como quedó estipulado en un Convenio Ganadero de los años treinta.

La vestimenta popular era simple, sobria y de colores oscuros. Para ciertas ocasiones especiales (casamientos, velorios, actos públicos, Fiestas Patrias y para la «foto familiar»), por ejemplo, hacia principios del siglo XX, el hombre vestía un traje de tres piezas con chaleco abotonado, camisa blanca con corbatín de palomita, al igual como eran vestidos los hijos varones, mientras la esposa llevaba un vestido largo oscuro, blusa de lino blanco sobre la que iba una mantilla bordada, todo lo cual daba un aspecto de sobria dignidad y austeridad.

Aquí, modestas costureras y modistas, cuando no la propia dueña de casa, cosían y remendaban la ropa de la familia, pero también era tradicional entre los obreros urbanos, encargar y vestir a lo menos un traje nuevo al año, ya sea para las Fiestas Patrias o a fin de año.

Esto sucedía con frecuencia también, cuando los obreros «bajaban» desde las estancias, al término de la temporada de esquila: muchos de ellos destinaban una parte de su paga para hacerse un traje a la medida o un abrigo, imitando la moda de los citadinos burgueses, sin contar con que el resto del salario, podía desaparecer en una o varias noches de juerga en bares, cantinas y prostíbulos.

El calzado del pueblo duraba varias temporadas en Magallanes, debido a que había numerosos talleres de zapateros (que fabricaban o remendaban) especialmente las imprescindibles botas de cuero.

En las estancias se generalizó entre los obreros, el pantalón bombacho, la chaqueta de cuero, la manta de castilla (de color negro) para el invierno y el gorro de lana tejida y la boina, traída por los españoles y portugueses. La boina vasca era tradicional entre los varones en el campo y en la ciudad, hasta que se generalizó el sombrero alón, hacia los años treinta y cuarenta.

Como es posible suponer, el mundo social del pueblo, y de los obreros en particular, era muy limitado. Las celebraciones domésticas más concurridas eran, por cierto, los casamientos y los bautizos, donde las familias invitadas aportaban comidas preparadas, tortas, galletas de avena o de miel y queques. También fueron importantes las celebraciones religiosas como las procesiones, entre las cuales una de las más importantes, era la procesión de barcos de pescadores por la bahía para el día de San Pedro, tradición llegada a Magallanes a mediados del siglo XX y donde se manifestaban a la vez, la religiosidad popular y muchas costumbres cotidianas de los inmigrantes chilotes y sureños.

Mientras la vida del barrio giraba en torno al almacén y la carnicería, que eran frecuentemente un mismo establecimiento, el lugar principal de entretención y pasatiempo de los obreros era el bar. Allí se bebía abundante vino chileno y aguardiente y se jugaba ruidosamente al truco, a la brisca y al cacho. De hecho, el problema del consumo de alcohol entre los obreros y su solución mediante la educación, es una de las grandes causas que motivaron a las Sociedades de Resistencia y los sindicatos, en los primeros cincuenta años de esta historia sindical.

Hacia los años veinte y treinta, se incorporó el «biógrafo» (el cine) a la vida social de los obreros. La función dominical del biógrafo reunía a la familia obrera, en el teatro «Libertad» de Puerto Natales, en el teatro «Regeneración» o en el «Politeama» de Punta Arenas, mientras en los años de la Federación Obrera se daban veladas literarias y artísticas y se exhibían películas mudas. A su vez, en los años cuarenta y cincuenta comenzaron a generalizarse los aparatos de radio en los hogares populares, por lo que los obreros en las estancias o en la ciudad escuchaban frecuente y diariamente radio, en especial en las tardes y noches, para informarse de las noticias, oir música y sobre todo, para recibir los «mensajes».

Del mismo modo, como el nivel cultural de los obreros era mínimo, su educación fue principalmente producto de un esfuerzo autodidacta o algunos de ellos asistieron a la Escuela Nocturna Popular, por lo que toda la formación intelectual de estos sectores populares fue una tarea ingente que asumieron las organizaciones obreras e incluso algunas mutuales.

El obrero en Magallanes en los primeros veinte o treinta años del siglo XX era analfabeto o tenía escasa instrucción básica, al igual que el «gañán» de 1890, de manera que los que aprendieron a leer lo hicieron a través de varios meses y años de dedicación personal: muchos de esos trabajadores debieron salir de su hogar a trabajar desde muy jóvenes, de manera que su interés en la lectura (diarios, volantes y libros) surgió más tarde, a través del contacto con otros obreros más instruídos. Aquí, una vez más, el sindicato sirvió como aliciente y como medio social propicio para estimular la educación popular.