Ganar es establecer lo permanente – Víctor Maldonado – Opinión

Ganar es establecer lo permanente – Víctor Maldonado – Opinión


 
 
Si durante 40 años debatimos sobre una Constitución que nació en dictadura, tuvo muchos cambios y terminó por ser desechada, el desafío no puede ser, simplemente, el de ganar el plebiscito de salida. Sólo ganar no es el éxito.
 
La prueba mayor es pasar a un nuevo ciclo político en que los consensos sobre las reglas del juego sean un hecho, las instituciones de la República funcionen mejor que en la actualidad y cambiemos de centro de interés.
 
Como comunidad nacional, perder es llegar a un hito del camino que cambie nuestras normas fundamentales, solo para renovar la disconformidad, iniciando un nuevo largo ciclo de intento de reformas.
 
Estamos a poco más de dos meses de que la Convención deje de existir, en tres semanas más el trabajo de comisiones termina. La opinión que tengamos sobre su funcionamiento no será preocupación de nadie porque ya no tendrá domicilio al cual dirigirse. Importará el texto, no la deliberación.
 
En cambio, el articulado que nos deje en herencia tendrá, para bien, para mal o para las dos cosas, una vigencia prolongada. Por eso estamos con el tiempo justo para lograr hacer el giro hacia los consensos amplios, porque es el único camino que existe para asegurarle perdurabilidad a las normas que se acuerden.
 
La evidencia de que hemos llegado a ese punto queda patente en el rechazo del trabajo de la Comisión de Medioambiente. La frustración mal manejada ha llevado a escenas de funa al Colectivo Socialista como foco de la rabia.
 
Pero no hay manera que, en la etapa final, lo que se siga expresando con más fuerza sean las reivindicaciones particularizadas de grupos minoritarios. Si los acuerdos llegan a ser la suma cruzada de apoyos a las proposiciones radicales de cada cual, no se llegará a ningún auténtico consenso.
 
Ahora, lo que importa es darle coherencia a un conjunto que no puede ser la sumatoria de piezas de distintos puzzles. Este esfuerzo requiere cierta templanza en los ánimos. No es necesario responder a las críticas excesivas provenientes de fuera con una autocomplacencia interna sin justificación.
 
En los días previos se ha visto celebrar el reconocimiento de derechos casi con la misma emoción que podríamos tener si tales derechos, con el solo enunciado, tuvieran la capacidad de materializarse en la práctica.
 
El mundo de las palabras no tiene un correlato exacto con el mundo de los hechos. Si se hace una visita a los cada vez más poblados campamentos a lo largo del país, tal vez no estén celebrando como si fuera la independencia que la Convención haya aprobado el derecho a la vivienda digna.
 
Algunos actúan como si su objetivo no fuera el de dotarnos de una Constitución, sino que consistiera en traer la felicidad a la tierra y eso es puro infantilismo.
 
Por eso es muy importante la respuesta de Gaspar Domínguez, vicepresidente de la Convención, al ser consultado sobre lo que significaría el que ganara el rechazo en el plebiscito: “Si la ciudadanía democráticamente toma una decisión, nunca será un fracaso, porque la democracia no es un fracaso”.
 
Es cierto, no sería una derrota, pero sí sería una frustración nacional porque no se dio este paso para hacer un intento, sino para abrir una nueva etapa histórica.