La expansión del crimen organizado y el narcotráfico en Argentina | Insight Crime
Durante gran parte de principios del siglo XX, Argentina prestó poca atención al crimen organizado, ya que el país fue acosado por una serie de golpes de Estado, dictaduras militares y brotes recurrentes de violencia política que fueron prioritarios para la agenda de seguridad.
El golpe de Estado de 1976 condujo al último período de dictadura militar en Argentina, que terminó en 1983. El Gobierno de la dictadura concentró los recursos de seguridad en la represión a la oposición política, lo que permitió que el crimen organizado se arraigara silenciosamente de diversas formas.
El mercado nacional de drogas de Argentina comenzó a expandirse en la década de los setenta, y a finales de los ochenta y principios de los noventa la policía en las zonas urbanas se coludió con el crimen organizado, estableciendo «zonas liberadas» —áreas en las que los organismos de seguridad les permitían a los grupos criminales operar a pequeños grupos criminales a cambio de recibir una parte de sus ganancias ilícitas—. Esta práctica parece continuar hoy en día, facilitada por el crecimiento de las redes de microtráfico.
En 1989, Argentina aprobó una ley mediante la cual se penalizaba el consumo y la venta de drogas, y el tema del narcotráfico cobró importancia a los ojos de los ciudadanos y del Estado. En 1997, las autoridades de Buenos Aires incautaron 2,2 toneladas métricas de cocaína que el Cartel de Cali (Colombia) estaba a punto de enviar a través del país al puerto de Hamburgo en Alemania. Dos años más tarde, en 1999, los argentinos fueron sorprendidos por la noticia de que la esposa del difunto Pablo Escobar y sus hijos habían residido en secreto en su país, y se sospechaba que estaban blanqueando parte de los ingresos criminales del capo de la droga. Ese mismo año, Argentina realizó su primera encuesta oficial sobre el consumo de drogas, que mostró tasas de consumo de cocaína y marihuana considerablemente altas.
Las preocupaciones por el comercio de las drogas continuaron creciendo durante los primeros años del nuevo siglo. La producción de cocaína en Colombia alcanzó niveles lo suficientemente altos como para satisfacer la demanda estadounidense, lo que significa que la cocaína producida en Perú y Bolivia comenzó a ser enviada cada vez más hacia el mercado europeo. Debido a su ubicación geográfica y a los fuertes lazos comerciales con los países europeos, Argentina se convirtió en uno de los principales puntos de tránsito y partida de las drogas andinas que se traficaban por el Atlántico.
A la vez que pasaba más cocaína por territorio argentino, las autoridades empezaron también a descubrir lugares de transformación de pasta de coca. La introducción de coca parcialmente refinada a Argentina, junto con factores económicos, como la crisis financiera de 2001, contribuyó a que durante la primera década del siglo aumentara el consumo de “paco”, un derivado de la pasta de cocaína altamente adictivo y perjudicial.
Un factor que hizo de Argentina un lugar atractivo para el procesamiento de drogas fue su industria química, que sustentaba los robustos sectores petroleros y farmacéuticos. La disponibilidad de gasolina relativamente barata, así como de sustancias químicas precursoras, permitió el surgimiento de operaciones ilícitas para la producción de drogas sintéticas. Sin embargo, la demanda de este tipo de drogas en Argentina aumentó por encima de la capacidad de los productores nacionales, y los surtidores europeos entraron a llenar el vacío.
A principios del nuevo siglo, las redes criminales también aprovecharon la industria química de Argentina para obtener precursores en el mercado negro regional, en particular la efedrina y la pseudoefedrina, utilizadas en la producción de metanfetamina en México e importadas de Asia bajo el pretexto de las necesidades de la industria farmacéutica argentina. Entre 2004 y 2008, Argentina importó unas 48 toneladas métricas de efedrina, 41 de las cuales se cree que fueron desviadas al mercado de la producción ilegal de drogas. Aunque el tráfico de precursores en Argentina ha disminuido considerablemente desde 2008 debido a las estrictas regulaciones y a la disminución de la demanda, no ha desaparecido del todo, y el país continúa siendo una de las principales fuentes de precursores del mundo.
Además, a comienzos del siglo Argentina continuó desarrollando su papel como centro de lavado de dinero. En un cable del Departamento de Estado de Estados Unidos filtrado en 2009 se describe a Argentina como un país «maduro para la explotación» por parte de intereses criminales, debido a lo que se considera «ausencia casi completa de la ley, junto con una cultura de la impunidad y la corrupción». En 2010, el Grupo de Acción Financiera contra el Lavado de Dinero (FATF por sus iniciales en inglés) criticó enérgicamente la estrategia de lucha contra el blanqueo de dinero en Argentina e incluyó al país en una «lista gris», como advertencia de que debía hacer mejoras en este sentido. El grupo de acción financiera sacó a Argentina de la lista gris en 2014, después de que el país mejorara su labor contra el blanqueo de capitales, aunque el tema sigue siendo una prioridad para los funcionarios actuales. En el último reporte publicado por el Departamento de Estado (el 2 de marzo de 2021), se incluye a Argentina como una de las «mayores jurisdicciones» para lavar dinero.
Dado que las fronteras del país son poco vigiladas, a finales de la primera década de este siglo Argentina también se convirtió en un centro regional para la trata y el tráfico de personas. El país es catalogado por el Departamento de Estado de Estados Unidos como un país de reclutamiento y explotación. Argentina aprobó una ley contra el tráfico de personas en 2008, por lo que en los años posteriores se dio un gran aumento en el número de víctimas rescatadas y en los cargos levantados contra los tratantes. Pero a pesar de estos esfuerzos, la trata de personas continúa siendo un serio problema.
Las mismas características que hicieron de Argentina un centro de trata de personas también llevaron a que se convirtiera en un atractivo refugio para criminales extranjeros (las oportunidades para lavar dinero y comprar protección de funcionarios locales corruptos también sirvieron como incentivo). Por ejemplo, el capo criminal colombiano Henry de Jesús López, alias «Mi Sangre», fue arrestado en 2012 en Buenos Aires, donde según las autoridades había estado viviendo por dos años, viajando con frecuencia por toda la región y haciéndose pasar por un empresario venezolano.
Además de utilizar a Argentina como refugio, los grupos criminales extranjeros empezaron a reforzar su presencia allí durante la segunda década de este siglo. Las autoridades descubrieron operaciones de grupos mexicanos, colombianos y de otras nacionalidades.
A comienzos de la segunda década del siglo, las organizaciones criminales del país también se hicieron más sofisticadas y violentas. Uno de los grupos más emblemáticos de esta nueva generación del crimen organizado argentino fue Los Monos, una pandilla que surgió del negocio de la droga en Rosario. En el año 2012 comenzó una disputa interna en el grupo, conformado en su mayor parte por miembros de una misma familia, lo que desató un baño de sangre que se extendió por varios años y convirtió a la ciudad en el símbolo del aumento de la violencia relacionada con el comercio de drogas en todo el país.
Bajo fuertes presiones públicas, las autoridades se resistieron a recurrir a políticas militarizadas, pero enviaron mensajes contradictorios acerca de cómo planeaban hacer frente a las crecientes olas de violencia, atribuidas a los grupos locales que se enfrentaban por el control del mercado local de drogas en Argentina. Las pandillas dedicadas al tráfico de drogas comenzaron a diversificar sus carteras y a incursionar en actividades como el secuestro. Además de todo esto, la corrupción siguió plagando muchos niveles del Gobierno, el sistema judicial y los organismos de seguridad.
Debido a la recolección irregular de datos durante los gobiernos de Néstor Kirchner y su esposa Cristina Fernández de Kirchner, las percepciones de violencia, inseguridad y adicción a las drogas asociadas al crimen organizado contribuyeron a que Mauricio Macri ganara las elecciones presidenciales de 2015.
Tras la posesión de Macri iniciaron cambios importantes en la política de Argentina frente a la seguridad y las drogas. La nueva administración buscó rápidamente implementar políticas más duras frente a los grupos criminales —algunas de las cuales fueron criticadas por su tinte militarizado.
En sus primeros meses en el cargo, el Gobierno de Macri lanzó operaciones contra los grupos mafiosos chinos, las barras de fútbol conocidas como «barras bravas» y diversas figuras importantes en el comercio de drogas a nivel nacional. La administración también puso más énfasis en reunir datos e inteligencia con el fin de guiar la formulación de políticas en materia de seguridad, y tomó algunos pasos iniciales para comenzar a tratar el consumo de drogas como un problema de salud pública en lugar de un tema criminal.
Sin embargo, los logros de la administración Macri no mostraron resultados duraderos; en los años de su gobierno hubo abundantes pruebas de que los grupos criminales tanto internacionales como nacionales lograron adaptarse para seguir operando diversos esquemas criminales más sofisticados y lucrativos.
Su sucesor, Alberto Fernández, ha intentado hacer cambios estructurales en el poder judicial y en las instituciones de seguridad, como la Policía Federal. Sin embargo, la arraigada corrupción continúa siendo un grave problema. Las organizaciones criminales de todo el país han establecido fuertes relaciones con altos funcionarios locales, y la ineficiencia y la corrupción en el sistema judicial han contribuido a la impunidad en muchos casos. Hay algunas señales alentadoras de que las autoridades están comenzando a abordar este problema más seriamente. No obstante, los avances para combatir la corrupción se han visto interrumpidos por diversos escándalos.
Grupos criminales
Aunque anteriormente había pocas evidencias de la existencia de grupos criminales originarios de Argentina con alcance nacional o internacional, en los últimos años algunos grupos argentinos han evolucionado hacia estructuras más complejas y sofisticadas.
Uno de los grupos nacionales más poderosos es el clan de Los Monos en la ciudad de Rosario. Este grupo aprovechó la coyuntura de la primera década de este siglo para consolidar su poder en la ciudad, que es un importante paso para el tráfico de drogas. El grupo además logró aliarse con algunas élites políticas y económicas e infiltrar la policía local.
En los últimos años, las olas de violencia que azotan a Rosario han estado vinculadas a Los Monos, los cuales han luchado ferozmente por conservar su poder sobre la ciudad, que es clave para el transporte de cargamentos de droga. Rosario ha tenido el mayor número de homicidios en Argentina por cinco años consecutivos.
Otra característica importante de Los Monos recae en los lazos familiares que conectan a sus miembros. Los clanes familiares han moldeado el mapa criminal en Argentina por años. La mayoría de estos clanes actúan de manera similar, y han logrado infiltrarse en varias instituciones políticas y de seguridad locales, ejerciendo un fuerte control sobre ciertos territorios.
Otro clan de Argentina que ha alcanzado cierta prominencia es el Clan Castedo, originario de la provincia de Salta, al norte del país. Su líder, Delfín Castedo, fue capturado en Bolivia y extraditado a Argentina por tráfico de cocaína. El clan gozaba del apoyo de políticos y jueces locales, como Raúl Reynoso, que le permitían transportar cocaína desde Bolivia hasta Salta y posteriormente hasta los puertos más importantes del país. Además, está el Clan Loza, cuyos cabecillas fueron acusados de coordinar envíos de droga hacia Europa.
Por otra parte, se sabe que las barras bravas se dedican a diversas actividades delictivas, y algunos sindicatos poderosos también han desarrollado carteras criminales. Grupos del crimen organizado descritos como “mafia china” han surgido en las comunidades inmigrantes asiáticas en Argentina, y al parecer tienen lazos con estructuras más grandes en China.
Finalmente, se encuentran los grupos criminales transnacionales de otros países suramericanos que han tratado de consolidar sus operaciones en Argentina, y grupos nacionales que intentan imitar a estas estructuras. La mayor pandilla de Brasil, el Primer Comando de la Capital (Primeiro Comando da Capital – PCC) está buscando expandir su presencia en Argentina desde hace unos años, al igual que su gran rival, el Comando Rojo (Comando Vermelho – CV). Sin embargo, estas pandillas no han logrado asentarse en Argentina debido a que el país tiene un mayor control sobre sus prisiones y ha logrado evitar los niveles de violencia extrema utilizada por estas pandillas para consolidar su poder
Fuerzas de seguridad
Las fuerzas policiales de Argentina tienen el papel de liderazgo en la lucha contra el crimen. Según Naciones Unidas, en el año 2018 había una tasa de más de 795 policías por 100.000 ciudadanos, la proporción más alta entre los países de la región.
El Ministerio de Seguridad supervisa las fuerzas desplegadas a nivel nacional, incluyendo la Policía de Seguridad Aeroportuaria, la Prefectura Naval, la Policía Federal y la Gendarmería.
Además, las provincias y los municipios de Argentina tienen sus propias fuerzas policiales, en muchas de las cuales existe una profunda corrupción. Por ejemplo, la policía provincial de Buenos Aires, conocida como la «bonaerense», ha sido acusada de abusos de autoridad y connivencia con elementos criminales. La policía de las regiones fronterizas también ha sido acusada en repetidas ocasiones de connivencia con traficantes y otros criminales.
Sistema judicial
Al igual que las fuerzas de seguridad, el sistema judicial argentino está dividido en entidades federales y provinciales. La Corte Suprema de Justicia de la Nación Argentina es la más alta autoridad judicial del país. De ella dependen los tribunales de apelaciones y las cortes distritales y territoriales. Cada provincia tiene su propia Corte Suprema, así como varios tribunales menores.
El Informe Global de Competitividad 2016-2017, del Foro Económico Mundial, clasificó a Argentina en el puesto 121 de 138 países con respecto a la independencia del poder judicial. La injerencia política en los procesos judiciales es común y frecuente, así como la politización de jueces y fiscales, especialmente en los casos que involucran intereses de las élites.
Prisiones
El sistema penitenciario argentino opera ligeramente por encima de su capacidad, y el hacinamiento es peor en algunas instituciones que en otras. Más de la mitad de los casi 69.000 presos del país se encuentran recluidos en detención preventiva, lo que significa que no han sido condenados.
Las leyes relacionadas con las drogas han sido uno de los factores generadores de los aumentos en la población carcelaria de Argentina en los últimos años. En 2009, la Corte Suprema dictaminó que castigar el consumo personal de drogas violaba el artículo 19 de la Constitución de Argentina, que protege la privacidad de las personas. Y la ley antidrogas fue actualizada en 2016, con el fin de moderar los castigos por el consumo personal de drogas cuando «no afecta a otras personas», aunque no llegó a despenalizar el consumo personal. A pesar de una serie de propuestas legislativas sobre este tema, los crímenes relacionados con drogas siguen siendo la segunda razón más común de encarcelamiento en Argentina.
En las cárceles argentinas también se han presentado intentos de copamiento por parte de grupos extranjeros. Un caso reciente ocurrió en la provincia de Misiones, cuando supuestamente un grupo de ciudadanos brasileños atacó a balazos la penitenciaría de Oberá para rescatar a Vanderlei “Vando” López, supuesto líder de una banda brasileña de atracadores, posiblemente ligada al PCC.
Fuente: INSIGHT CRIME