Más allá de ganadores y derrotados | Arturo Díaz Valderrama, Consejero Regional electo | Opinión
Una vez que pasan las elecciones, los medios y los dirigentes políticos suelen centrarse en identificar ganadores y perdedores. Sin embargo, más importante que eso es intentar captar el sentido de época que hay detrás de los resultados. Cuando analizamos casos como el de Trump en Estados Unidos, el de Milei en Argentina o el de Francisco Orrego en la Región Metropolitana, quien, gracias a la sabiduría popular, fue derrotado en las elecciones del pasado domingo, no podemos dejar de asombrarnos ante la captura de la política como un espacio de confrontación, violencia y denostación, dejando de lado el debate sano y dialogante de ideas.
Ese debate es más necesario que nunca en tiempos donde la frase rimbombante o el titular fácil son lo que predomina. Es ahí donde el pueblo ha dado una lección al saber valorar la discusión seria y el respeto por las diferencias. Esto debe ser un llamado de atención para todos quienes ejercen liderazgos, ya sea en sus barrios, organizaciones sociales, clubes deportivos o, sobre todo, en los órganos del Estado. Es imperativo entender que la política no es un medio para buscar beneficios personales o alimentar egos, sino un espacio de servicio público y de construcción colectiva.
La política debe recuperar su esencia como escenario para plantear soluciones reales a las problemáticas de la ciudadanía, promoviendo la empatía, el respeto y, sobre todo, la escucha activa. Esto es especialmente crucial en un contexto donde la desafección hacia las instituciones democráticas no se detiene, alimentada por discursos que priorizan el espectáculo sobre el contenido. En lugar de ceder a la polarización y al populismo vacío, debemos apostar por liderazgos que impulsen la cohesión social, la transparencia, la gestión política y la participación activa de las comunidades.
Los liderazgos emergentes y los que ya llevamos tiempo haciendo política tenemos mucho que rescatar de estas elecciones. La ciudadanía no quiere más promesas vacías ni espectáculos mediáticos. Pide, y con toda razón liderazgos auténticos, con propuestas sólidas y un verdadero compromiso con el bien común, siendo claro ejemplo de esto la victoria avasalladora de Mundaca en la Región de Valparaíso. Este nuevo sentido de época, que rechaza la política entendida como campo de batalla, es un llamado a revalorizar el diálogo y la deliberación como herramientas para construir consensos y acuerdos.
Aunque el ruido mediático y la confrontación suelen acaparar la atención, el verdadero cambio surge del trabajo sostenido, de la articulación de ideas y de la capacidad de unir voluntades en torno a objetivos comunes. El desafío para quienes ejercen liderazgos hoy no es solo devolverle a la política su carácter noble, colectivo y transformador, sino también abrir caminos para que las nuevas generaciones la perciban como una herramienta de cambio, participación y esperanza.
Es tiempo de construir una política que no solo hable de las personas, sino que hable con ellas y, sobre todo, actúe por, con y para ellas.