Durmiendo con el Enemigo | Cristián Bahamonde Osorio | Opinión

Cómo en la notable película de 1991 «Durmiendo con el Enemigo», dirigida por Joseph Ruben y protagonizada por la luminosa e icónica Julia Roberts, en nuestro país, estamos pasando por un momento particularmente complejo. Hoy, realmente no sabemos quién está al lado de nosotros. Detrás del velo, está lleno de personajes que no son lo que dicen ser o que, en los tiempos que corren están mostrándose en plenitud, quizás accidentalmente, con un tipo de honestidad que da pavor.
En Chile hoy resurge (o a lo mejor nunca se fué), una derecha que es más de derecha que la propia derecha y una izquierda (si es que la izquierda me permite el concepto), que ahora ya camina lerda, por una ruta más entreguista que aquella por la que transitó la propia izquierda entreguista. Entonces, y en ese contexto, el vecino de la esquina resulta ser más reaccionario de lo que pensábamos, el colaborador es más conspirador que lo aparentado, el socio es más adversario que el propio adversario y el siempre correcto e intachable aliado, es más corrupto que el propio corrupto y así, suma y sigue.
Entonces, con respecto al reaccionario, la gracia radica en descubrir cómo se hace para capturarlo e intuirlo, mientras disimula cómo un verdadero maestro. Porque el reaccionario, sin duda, está entre nosotros.
Quizás transportando pasajeros, compartiendo un camarín, recorriendo un Mall o chorreando veneno desde su teléfono. Tiene poco interés por el avance colectivo, reniega de su origen y establece relaciones gananciales con el aparato estatal, ya sea desde su rol de interesado postulante o recibiendo un beneficio en conveniente silencio. Es una suerte de hampon hermético, medio enigmático, pero que se despliega en las urnas, cuando su espíritu recalcitrante, lo impulsa y lo transforma en un poderoso y enérgico resorte. Es cómo un ente. Puede estar sentado en una cafetería, caminando por una costanera, sudando tinta china en un gimnasio o en el supermercado, sacando el pan con la mano, a pesar de tener las tenazas a centímetros. No se deja ver, pero tiene objetivos, modos de pensar y observar y hasta de vestirse, ornamentarse y cortarse el pelo, mientras aprueba y avala en silencio atrocidades que, para él ciertamente, resultan «Estrictamente necesarias».
Normaliza, romantiza e idealiza el abuso y le pone capa a las y los que le plantan la bota encima. Es que se imagina con ellos. En sus mansiones, en sus campos, en sus iglesias, en sus partidos de golf, en las tribunas de sus canchas de polo o en una foto revelada en papel couché, publicada en una revista del clan mediático hegemónico que redacta la pauta en Chile.
Puede estar en un quincho cantando Karaoke, bailando en una fiesta retro, o tocando guitarra en un culto. Está por ahí, compartiendo espacios comunes. Mimetizado, mezclado con la masa, siendo parte del colectivo porque es, mal que le pese, lo que le toca.
Es un tipo de persona más bien rústica, corriente, pero hábil. Se queja entre dientes cuando va saliendo de un lugar, tapiza con humor rudimentario su sentimiento real, envidia con disimulo y siempre le está echando la culpa al viento, a la lluvia o a un elemento externo, con el que siempre se encuentra rápido y sagazmente para articular su angosto argumento. Es chaquetero, siútico, arribista y corrosivo. Más bien mañoso.
Se autoproclama neutral, para no decir que hay un sector o varios, que aborrece, que le dan tirria. Miradas de sociedad que le dan alergia surtida y generalizada. Sin embargo, la neutralidad es una postura en sí misma, no un poco elaborado y falaz ejercicio liberador. El no lo sabe, nunca lo sabrá. Tiene techo.
Ese ciervo testaferro está omnipresente en la tele, en la radio, en las redes sociales, en una corrida nocturna o en un velorio, pero no se deja ver, es difícil detectarlo, por tanto combatirlo. Está tomándose un helado en un parque, pedaleando fosforescente en una ciclovía o sentado frente a la máquina tragamonedas de un casino. Tiene pensamientos oscuros y deseos violentos. Se proyecta en personajes rabiosos, groseros e incendiarios. Le gusta que decidan por él, tiene pocas cosas para contar y se queja de las instituciones cuando no puede profitar de ellas, de lo contrario se comporta hermético al respecto, mientras acumula energía para putear al de al lado en un taco o maltratar al operador de un call center.
Delira, mientras sueña húmedo con las colonias extranjeras ante las que se doblega y celebra triunfos ajenos, mientras fabrica cosas que después no puede comprar.
Es una ecografía muy temprana, no permite sacar conclusiones en virtud de su forma de pensar. Es escéptico, desconfiado, solapado, amarrete y negativo. Tiene mala energía y arma lío en el negocio de barrio y calla y acepta ante el abuso crónico del gran empresario. Está entre nosotros, pero nadie sabe bien dónde. No responde a un canon de comportamiento establecido e inequívoco. «No hay un modo, no hay un punto exacto», decía Cerati en su hoy, casi celestial, «Signos». Sí al comienzo de esta columna, fue cinematográfico el gatillo, luego podría ser músical el intento por decodificar al individuo que nos acompaña maquillado y variopinto, confuso y resbaloso.
Es que la música, podría brindarnos una cartografía, entregarnos un croquis, un boceto y ayudarnos a encontrar a ese sujeto subterráneo, calculador y hermético, que se espanta y ruboriza cuando le hablan de revolución, pero acepta y aprueba esa que hoy lo tiene de un coco, cómo a todos, o casi todos. La de los culatazos y los Chicago Boys, esa revolución que cambió Chile de manera irreversible y para el resto del viaje. Sí, quizás un pentagrama pueda significar una pista, un rastro.
A lo mejor, Patricio Manns y su inmejorable «Llegó Volando», pueda insinuar una senda que nos ahorre tanta indagación para la urgente pesquisa.
«Se limpió las dos manos con mi bandera y no faltó en mi patria quién aplaudiera, porque hay desventurados que por migajas, besan la bota sucia que los ultraja».
Cristián Bahamonde Osorio.