El Gobernador Oscar Viel y el ordenamiento de la ciudad de Punta Arenas en 1868 | Manuel Luis Rodríguez | Historia y Memoria

No fue fácil “hacer ciudad” de un poblado desordenado y casi caótico como el establecimiento colonial de Punta Arenas. Estamos en los años de 1868 y 1869 en Punta Arenas, ciudad capital del Territorio de Magallanes.
La idea del Gobernador Oscar Viel era darle a la ciudad una estructura vial en forma de “damero”: cuadras de forma cuadrangular de 100 metros por 100 metros, alineadas en calles y avenidas de gran anchura. De este concepto urbano, traído originalmente por los españoles durante la Colonia en Chile, se adhirió Eugenio Ballester, ingeniero y abogado, quién hizo los planos iniciales y organizó los trabajos.
Las faenas eran múltiples y requerían de la colaboración de todos los colonos hombres en condiciones de trabajar.
Primero hubo que trasladar el trazado del proyecto de Ballester a la realidad del terreno: una meseta plana pero irregular entre el cerro de las siembras y la playa. Eso significó tirar línea para cada una de las calles trazadas y proceder a continuación al desmonte y desbroze.
Cuadrillas de colonos, a fuerza de pala y de hachas, procedieron a quitar la maleza e las nuevas vías diseñadas y a producir un camino recto de tierra más o menos parejo; así se fueron formando las calles y las tres avenidas en las que se concentró el centro de la ciudad, en torno a una cuadra destinada a plaza central. Aquí trabajaron hacheros, carpinteros y confinados por igual: cada calle trazada incipientemente, debía tener amplio espacio central para la circulación pública de caballos y bueyes y espacios laterales para las futuras veredas.
A continuación, otras cuadrillas de colonos se dieron al trabajo de intentar desplazar las casas ya construídas, desde su desordenado emplazamiento anterior, hasta quedar “a la línea” con las viviendas contiguas y hacia la respectiva calle. Podría decirse que en muchos casos, fueron una sucesión de “mingas” las que hicieron posible que mediante un trabajo colectivo de los colonos: ayudados por la fuerza de las yuntas de bueyes disponibles, movieron las casas sobre rollizos hasta dejarlas alineadas.
Fueron faenas colosales para los que allí participaron, durante varios meses y hasta bien entrado el invierno, mientras las mujeres se ocupaban de cocinar y servir los almuerzos reparadores. Al año siguiente, 1869, con los primeros soles veraniegos, los trabajos continuaron. Se siguó realizando el destronque y emparejado de las futuras calles, se ejecutó el desecamiento de las acequias y terrenos pantanosos, se efectuaron nuevos trabajos de empedrado (sobre el terreno ya emparejado y preparado o “estabilizado” con arena) y se construyeron terraplenes y malecones (con piedras de gran volumen) en la rivera del río de las Minas, en prevención de los desbordes invernales y primaverales.
A la altura de la vía principal se construyó además, en sólida madera elaborada, un puente que conectaba ambos sectores del poblado.
A mediados de 1869, la futura ciudad estaba delineada casi completamente en el poblado de Punta Arenas.
Con este nuevo diseño urbano, la colonia comenzó a salir decididamente de los límites del establecimiento fortificado que era desde 1850 en adelante, para extenderse por la meseta contigua al río del Carbón, hacia el río de la Mano por el sur y hacia la cerro de las Siembras por el oeste.
Los trabajos de la madera y la agricultura.
La localidad comenzaba ahora a quedar racionalmente organizada, de manera que pudiera hacerse una distribución más ordenada de los lotes y parcelas de tierra, en los terrenos circundantes y a medida que lleguen nuevos colonos. Los trabajos de agricultura recibieron entonces un impulso adicional, en la medida en que se fijaron claramente los sectores urbanos destinados para este fin.
Los colonos además, recibieron terrenos en los que disponían de espacio para construir sus casas y de una amplia extensión para sus propias siembras. La costumbre de dotarse de casas con amplios patios, para la siembra y la cría de aves y animales domésticos, provino tanto de las tradiciones rurales chilotas o del campo de la zona central de Chile, como de la entrega de amplios sitios desde ésta época en adelante.
Por tanto, en las siguientes dos temporadas de 1868 y 1869, se sembraron abundantes mellas de papas y verduras (acelgas, espinacas, zanahorias y perejil), para asegurar el suministro de los habitantes.

El rostro urbano de Punta Arenas fue cambiando gradualmente de ahora en adelante, a medida que las nuevas calles trazadas en el plano, fueron emparejadas por los vecinos organizados.
Aún así, los habitantes de la Colonia en 1870 eran en una proporción cada vez menor los funcionarios de Gobierno, soldados del contingente y confinados, mientras crecía la población de colonos libres y algunos extranjeros que comenzaban a acercarse a Punta Arenas.
Pero, la diferencia entre los colonos chilenos y los pocos colonos extranjeros residentes, se comenzó a notar al cabo de pocos años. En realidad, el ritmo de la actividad económica en la Colonia era lento, y esa lentitud de crecimiento se debía en gran parte, al carácter poco homogéneo de los colonos chilenos que habían sido atraídos por aquel entonces.
Esta era una pequeña comunidad de unos 800 habitantes entre 1868 y 1870, constituida principalmente por colonos, llegados del resto del país, gracias al ofrecimiento que el Estado hacía para venir a radicarse a estas lejanas tierras. Entre esas regalías ofrecidas estaba la llamada «ración de Estado»: una cierta cantidad de productos no percebes que se entregaban mensualmente a cada colono y su familia. ([1])
Hay que notar además, que la gran mayoría de los primitivos colonizadores chilotes que habían llegado «enganchados» desde Chiloé en los primeras décadas de la Colonia, no se radicaron en Magallanes, sino que regresaban a su tierra una vez concluido el contrato que los trajo.
Habían sí algunos artesanos emprendedores -como Cruz Daniel Ramírez, Santiago, Díaz, Eugenio Ballester y algunos otros- pero la mayoría de aquellos colonos chilenos se fueron habituando a recibir su «ración de Estado» con lo que la calidad de su trabajo y la voluntad de emprendimiento dejaban mucho que desear, en la medida en que no laboraban acicateados por la necesidad.
Sólo una vez que había concluido el contrato de colonos que habían firmado con el Estado, algunos de ellos en vez de regresar a su provincia de orígen, comenzaron a trabajar en el lavado de oro, en la caza de animales, en intercambio de productos y chucherías (sobre todo de aguardiente…) con los indígenas, en la chacarería, en la pesca artesanal en el Estrecho, o como «gañanes» de algún comercio o faena en Punta Arenas.
La Colonia estaba además, expandiendo sus negocios en la Patagonia austral. Lentamente, los comerciantes del puerto de Punta Arenas fueron extendiendo sus contactos e intercambios, con otros puntos de la costa atlántica.
Así, desde Punta Arenas se comerciaba con las Malvinas/Falklands ([2]),y entre ambas se intercambiaban algunos animales en pié de procedencia malvinense o inglesa y productos agrícolas magallánicos.
El cambio de ambiente que se estaba produciendo en la colonia de Punta Arenas desde 1868 en adelante, consistió en que los colonos comenzaron a generar riqueza gracias a su propio trabajo pionero, a las facilidades legales e imnpositivas que otorgó el Estado y a la voluntad emprendedora de algunos. Magallanes comenzaba así a desprenderse de la dependencia estatal que lo ataba como territorio de colonización desde 1843.
Además, la diferencia en la voluntad de emprendimiento y en el progreso material individual o familiar, que se produjo desde mediados de la década de los sesenta, entre los colonos chilenos y los pocos colonizadores extranjeros que habían llegado hasta Punta Arenas, movió a las autoridades a promover con mayor interés la llegada de migrantes extranjeros.
El Gobernador Oscar Viel, constatando a la vista estas notorias diferencias en la manera de trabajar de unos y otros, promovía ya a fines de la década de los sesenta, que el Gobierno de Chile ofreciera en Europa condiciones atractivas para atraer a inmigrantes con hábitos industriosos. A principios de 1872, por ejemplo, poblaban la Colonia unos 790 habitantes, de los cuales sólo 36 eran extranjeros.
El comercio que, junto a la caza de lobos marinos, eran la actividad económica principal a fines de los sesenta y principios de los setenta, iba creciendo sostenidamente en el ritmo y volúmen de los intercambios.
De este modo, en 1869 la cifra de exportaciones desde Punta Arenas alcanzó a $ 10.923,75 (maderas, pieles finas, oro), mientras que en 1870 las ventas al exterior sumaron $ 19.298,50, casi el doble del año anterior, señalando el impulso que estaba experimentando el comercio exterior regional.
En la caza de lobos marinos, por su parte, a fines de la década de los sesenta se destacaban entre algunos, el portugués José Nogueira (llegado a Punta Arenas en 1866) y el austríaco (croata) Mateo Paravic, quienes traficaban además con los indígenas de las pampas.
Un factor primordial que potenció la expansión del comercio desde y hacia Punta Arenas, fué el creciente número de vapores que atravesaban el Estrecho y que encontraban un puerto de recalada donde abastecerse.
Los primeros comerciantes de la plaza aprovecharon estas frecuentes recaladas de vapores, para establecer vínculos y negocios con comerciantes de Valparaíso y Buenos Aires, y a continuación con casas comerciales de Londres y otros puertos europeos.
El progreso material de Punta Arenas -que es siempre el más visible- era lento en aquel entonces: la construcción o la remodelación de las viviendas de los pobladores, continuaba siendo un trabajo rutinario y frecuente de éstos o de los pocos albañiles disponibles, y se encontraba aparejado con las pequeñas obras materiales de adelanto urbano que la autoridad encargaba a algún constructor experimentado, como el delineado de nuevas calles (algunas de ellas ya empedradas) o la formación de veredas, también en tierra apisonada.
Los primeros empedrados en Punta Arenas, fueron emprendidos, como se ha visto desde fines de la década de los cincuenta y mediados de los sesenta, gracias al trabajo de artesanos chilotes y de la zona central de Chile.
Las faenas de empedrado consistían básicamente en el desbroze del terreno, la eliminación de troncos, piedras y ramas y la colocación de algún estabilizado consistente en una capa aplanada de arena, trabajo que se efectuaba con hachas, palas y planas, mientras otro grupo de trabajadores-colonos buscaban y seleccionaban piedras adecuadas en las orillas del río del Carbón y en los bordes de la playa del Estrecho. A continuación, las piedras eran llevadas en carreta o en canastos a hombro hasta la calle en faena.
A continuación, la cuadrilla de artesanos instalaba las piedras por sus lados más planos sobre el suelo estabilizado, golpeandolas con combos de madera para afirmarlas.
Un visitante europeo ocasional de Punta Arenas, describía al poblado de Punta Arenas, con sus «…casitas de madera pintadas de blanco y verde, con sus techumbres de cenicientas tablas y sus calles lisas y empedradas…» ([3])
Interesante resulta observar aquí que en esta escueta descripción del naciente poblado de Punta Arenas, aparece evidente el trabajo de los carpinteros y sin duda, con alguna influencia chilota en el modo de construcción de las viviendas, con techos de tablas o tejas (a falta del más moderno zinc, que llegó más tarde).
Además, si el visitante observó «calles lisas y empedradas», entonces quiere decir que ya hacia fines de la década de los años sesenta, se había realizado también trabajos de empedrado de calles, sin duda a cargo de artesanos residentes de orígen chileno.
REFERENCIAS Y NOTAS.
[1] La «ración de Estado» era una costumbre establecida en las condiciones de enganche de la tropa que llegó a la Colonia del Fuerte Bulnes en los primeros años de ésta. A continuación, durante 1850 y 1860 el Estado de Chile y los «colonos libres» que quisieran venir a Magallanes firmaban un contrato, entre cuyas estipulaciones figuraba la «ración de Estado». Más adelante, en la década de los sesenta, se implantó la llamada “ración de Marina” consistente básicamente en alimentos no perecibles como harina, legumbres, azúcar y carne, todo lo cual debía alcanzar para un mes.
[2] En especial por su cercanía geográfica con el Estrecho de Magallanes y el puerto de Punta Arenas.
[3] Citado por Martinic, M., 1992. op. cit. p. 510.
Extracto del libro «Historia del Trabajo y los Trabajadores de Magallanes y la Patagonia, 1843-1973» de Manuel Luis Rodríguez, publicado en 2024 en Punta Arenas.