El bullying escolar: una violencia que crece en silencio

En las aulas de nuestro país, entre cuadernos, pizarras y recreos, se esconde una realidad que muchas veces pasa desapercibida hasta que ya es demasiado tarde: el bullying escolar. Esta forma de violencia sistemática y persistente ha dejado de ser una simple “etapa” o “juego de niños” para convertirse en un problema estructural que amenaza la salud mental, el bienestar y, en los casos más extremos, la vida misma de nuestros estudiantes.
El bullying no es solo físico. Es verbal, psicológico, digital y social. Y duele. Duele cuando los golpes se transforman en risas a espaldas del otro. Duele cuando las redes sociales se convierten en trincheras de odio. Duele cuando un niño es ignorado, difamado o marginado por ser diferente. Este dolor no se ve, pero deja marcas profundas, duraderas e invisibles.
Lo más alarmante es que el bullying escolar cumple con tres características esenciales que lo hacen especialmente dañino: es reiterado, tiene la clara intención de hacer daño y se da en un contexto de desequilibrio de poder. No se trata de una broma aislada ni de una pelea puntual. Es un acto continuo, dirigido con crueldad y muchas veces amparado por la indiferencia.
Las consecuencias son devastadoras. Para las víctimas, significa vivir con miedo constante, experimentar ansiedad, depresión, bajo rendimiento escolar e incluso pensamientos suicidas. Para los acosadores, este comportamiento puede ser la antesala de conductas más graves, y para los testigos, el silencio impuesto por el temor normaliza la violencia y erosiona la empatía.
Es aquí donde surge la pregunta clave: ¿Qué estamos haciendo como sociedad para frenar este flagelo?
La respuesta no puede quedarse en la reacción. Debe partir de la prevención y la corresponsabilidad. Padres, apoderados, profesores, directivos, instituciones y medios de comunicación: todos tenemos un rol que cumplir. Los hogares deben ser espacios donde se enseñe el respeto y la empatía; las escuelas, entornos seguros donde la diferencia sea celebrada, no castigada. Los educadores no pueden ser simples testigos: deben ser agentes activos en la construcción de una convivencia escolar sana y afectiva.
El bullying no desaparece ignorándolo. Tampoco se resuelve escondiéndolo bajo la alfombra institucional. Solo el reconocimiento pleno del problema y una acción comprometida permitirán erradicarlo. Porque no se trata solo de evitar que un niño sufra, se trata de asegurar que todos nuestros niños crezcan en un entorno donde ser uno mismo no sea motivo de miedo, sino de orgullo.
Por Manuel Luis Rodríguez U.