“Hablemos de la envidia y de los envidiosos” por Ramón Arriagada, Empresario
Me costó saber porque muchos argentinos lucen pegadas al parabrisas de sus autos cintas de color rojo; incluso las he visto flameando en los tubos de escape. Estaba convencido que se trataba de hinchas del equipo “Independiente”, o bien, de seguidores de “Gauchito Gil” que usan de distintivo dicho color. Pero mi curiosidad pudo más y un gesticulador conductor, seguidor de la cofradía, me informó que era lo mejor para espantar las malas vibras de la más baja de las pasiones humanas, como lo es la Envidia. En su desvencijado Renault, llevaba un vistoso letrero en la luneta trasera que informaba, “Si no conocés mis sacrificios, no envidiés mis logros”; el tipo era agrandado hasta para hablar de las cualidades de su auto, que andaba con permiso de la desarmaduría.
En un artículo reciente hablé que los chilenos éramos, vecinos poco queridos, por muchos envidiados, en el barrio de esta parte del continente; todo esto a propósito del Fallo en La Haya, donde hicimos una defensa repleta de formulismo legales, excluyendo lo político. Ahora, hemos puesto nuevamente la cabeza, para que nos sigan dando; somos parte del Acuerdo de Asociación Transpacífico (TPP). Ha sido como construir una casa con vista al mar. Sólo miramos a los vecinos desde el patio trasero, cuando vamos a colgar ropa. Un periodista de CNN, ha calificado la asociación y ha dicho “que Chile ha quedado en una situación envidiable”.
Es tan perturbadora la envidia para el desarrollo de las sociedades, que ha merecido ser estudiada, llenando páginas y páginas tanto en la literatura sociológica como antropológica. La más acertada de las teorías sobre el tema, la entregó George Foster, quien al estudiar la envidia y los envidiosos, llegó a titular su teoría con el pomposo nombre de “La Imagen del Bien Limitado”. Todas las sociedades que la sufren colectivamente, conservan el sello de las sociedades donde predomina el carácter campesino. Ello, porque en economías campesinas cerradas, de auto subsistencia, se deduce que un individuo o una familia únicamente pueden mejorar su situación o posición social a expensas de otros. Empobreciendo al vecino.
Un economista diría, “ Sucede que el pastel económico se ve como de tamaño constante y no susceptible de aumentar. Las ganancias de unos serán la pérdida de otros”. Por lo tanto, no habrá sospechas, ni envidias cuando alguien explote riquezas reconocidas como venidas de fuera del sistema de la aldea. Y porque no decirlo, si el nuevo rico encuentra un tesoro o se gana la lotería.
Es posible ahora entienda aquello del “pacto con “El Caleuche”; atribuible a muchos comerciantes en Magallanes, que ganaban mucha plata, pero el prejuicio o apropiación del “bien limitado”, no estaba de acuerdo con la mercadería que recibía. Es que en Chiloé, la mercadería era traída desde el barco artificio, cuando un comerciante le daba con “el palo al gato”. Los antiguos repetían aquello que la envidia es “flaca y amarilla” porque muerde y no come. O bien, ¿ Si la envidia fuera tiña, cuantos tiñosos habría?.
Los teóricos de Chicago presumen que la economía de Libre Mercado, ha globalizado como nunca la economía mundial; que las tarjetas de créditos han generado un sujeto sonámbulo del consumo. Pero se olvidan de economías de subsistencia, donde no hay lugar para el ahorro, donde la mayoría de los actores se encuentran en el margen económico. En donde la persecución desmedida de la riqueza, aún se le considera un “pillaje” en detrimento de otros.