Palabras cuerdas en tiempo de payaseos – Ramón Arriagada

Nunca me ha gustado subrayar un libro, ni tampoco hacerle orejas a sus páginas en la interrupción obligada de una lectura, pero cedí a mis buenas costumbres lectoras y con un destacador, remarqué en el libro “Confieso que he vivido” de Pablo Neruda, una cita a la cual recurro al escribir esta columna, pues quiero enfatizar lo difícil que se torna hoy la relación, entre nuestras convicciones con nuestro lenguaje.
De esa disparidad o disonancia a la cual hago referencia, no se escapó ni siquiera el genio del idioma castellano, como lo fue Neruda, cuando afirmó: “Sufro una verdadera angustia por decir algo, aun solo conmigo mismo, como si ninguna palabra me representara, sufriendo enormemente por ello. Hallo banales todas mis frases desprovistas de mi propio ser”. Confesión que he llevado siempre muy presente, siendo humilde en reconocer mi incapacidad para entender muchos acontecimientos sociales del mundo y explicarlos.
En tiempos del avasallante “power point”, la gente, los auditorios quieren emocionarse con el lenguaje; la frase precisa en la instancia emocional que corresponde. Es posible que sea por los años, pero cada vez me he puesto más exigente con las dotes del orador, sea cual sea la tribuna. El sábado viendo y escuchando a ese gran juglar de la causa latinoamericana, como lo es Piero, con un timbre y sonoridad envidiable, comprobé mi teoría respecto de la importancia del lenguaje y su intensidad. Siempre hay un público esperando una cuota de emoción de quien está sobre el escenario. Es lo que han perdido nuestros políticos sobre la tribuna.
En la nebulosa de nuestra política pasada, están aquellos personajes, que subían a la palestra e improvisando, comunicaban contenidos a una masa solidaria; difícil tarea hoy cuando predomina la ética del “Hombre que está solo y que nada espera de nadie”. Pero hay algo que escapa al individualismo de nuestros días y es la memoria colectiva. A veces muy dura en sus lecciones hacia nuestros hombres públicos; Ricardo Lagos, con un discurso persuasivo y vanguardista, supo de las consecuencias de los fantasmas del pasado resucitados desde las redes sociales. El núcleo duro de la conciencia compartida no acepta segundas oportunidades, está inoculado y no acepta redentores que profesan recetas de recuperación ciudadanas. Este pueblo ya fue vacunado, además, para rechazar las megalomanías políticas.
La megalomanía es una condición psicopatológica caracterizada por fantasías delirantes de poder, relevancia, omnipotencia y por una hinchada autoestima. Delirios de vanguardia, que tienen su escenario en las instancias de definir una cuestión de poder, entre si se es partidario de las primarias o si estoy sólo predeterminado para pasar sin discusión al escenario mayor, que es la primera vuelta presidencial.
Todo se complica para el ciudadano común en materia de lenguajes. Qué obligación tenemos en saber la diferencia entre delitos impositivos y delitos tributarios, cuando los delitos por castigar son los mismos, coimas y cohecho. Con tanta telenovela, el ciudadano común, no comprende la contienda de competencia entre el Ministerio Público y el Servicio de Impuestos Internos ; quiere seguir viendo en acción a los fiscales valientes. Héroes y villanos en un libreto, donde no hay cabida para nuevas intrigas. El final debe ser un castigo justo hacia los poderosos.
Y para rematarnos, una declaración de un oficial de carabineros implicado en el caso fraude, nos retrotrae a las instancias iniciales de Magallanes como colonia penal. Ha dicho de sus jefes, “Ellos nos querían llevar a Punta Arenas sólo para encerrarnos, nos querían encerrar allá”. Frases banales, desprovistas de sentido común. Carentes de sabiduría, lejanas a la despedida ocurrente de Manolo Suárez, quien a sus 95 años lanzó exitosamente su tercer libro en Puerto Natales y recomendó a sus seguidores, ”Cuidense mucho que el próximo año los esperaré para el lanzamiento de mi próximo libro”.