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Siglo Veinte Extraña Evocación Arquitectónica / Alimenticia Costumbrista – Francisco Cárdenas Marusic – Opinión

Siglo Veinte Extraña Evocación Arquitectónica / Alimenticia Costumbrista – Francisco Cárdenas Marusic – Opinión

     En mis largas y también cortas caminatas que suelo realizar por la ciudad siempre hay algo de mágico, de pronto encuentro edificios de antaño con su típica arquitectura neoclásica francesa construidos hacia el 1900, no puedo menos que imaginar a sus moradores, sus vestimentas, sus formas de vida, la forma en que hablaban y se desplazaban por la entonces incipiente Punta Arenas. Hoy esas mismas construcciones son de carácter publico algunas, otras se han transformado en museos.  

     En algún momento decidí hacer un registro fotográfico de otro tipo de arquitectura que es posible encontrar en la ciudad, son las casas tipo buque; en sus fachadas siempre hay detalles como mástiles, pasamanos, ojos de buey, etc. que con tan solo mirarlas es imposible no pensar en una embarcación. Se encuentran en todas partes, en el centro de la ciudad, en los barrios y son de material solido, otras son de madera forradas en zinc, etc. Aún hoy día sigo encontrando y sorprendiéndome con casas de este estilo que se me aparecen  en los lugares y barrios más inesperados. 

     Sin duda eran otros tiempos, era el siglo veinte para mi, cuando solíamos comprar la mayoría de nuestros víveres en el “boliche de la esquina” y no en grandes centros comerciales como lo hacemos hoy. Eran estas “pequeñas tiendas de barrio” surtidas con diferentes alimentos como harina, porotos, garbanzos, fideos, azúcar y un largo etcétera; además se encontraban elementos como agujas e hilo de diferentes colores y de muy buena calidad y también “alivioles” o “mejorales”, que eran los típicos analgésicos de la época. Productos como el té se vendían a granel, por kilo, no existía el té en bolsitas como hoy. Lo mismo sucedía con el café pues no existía aún café instantáneo solo había café en grano, tostado y molido y cuando se preparaba café en la casa, el hogar completo olía a este maravilloso brebaje. 

     Tenían estos negocios unas estanterías y cajoneras donde se guardaban los alimentos a granel y se compraba por un cuarto de kilo, medio kilo, un kilo o más, para ello existían unas palitas llamadas “poruñas” que eran de diferentes tamaños calculados para obtener el peso requerido. Luego se pesaba el producto en una balanza completamente manual y se empaquetaba en unas bolsas de papel que también tenían el tamaño adecuado conforme al peso del producto. A veces se le habían acabado las bolsas de papel al “bolichero” entonces salían a la palestra el papel de los periódicos con los cuales se envolvían los productos, pero no era tan simple, había que tener un arte especial para hacerlo; se ponía el papel de diario en la balanza, luego el producto, se pesaba y entonces se tomaba con las dos manos y se giraba todo hacia delante o hacia atrás, hasta que todo el envoltorio quedaba sellado, sin que se perdiera un solo gramo. Mientras este ritual acontecía, era normal la conversación entre el dependiente del emporio y el cliente donde se preguntaba sobre las familias respectivas, la salud y el acontecer de la ciudad y del barrio. 

     Sin duda alguna hoy, la forma en que nos surtimos de nuestros alimentos ha cambiado muchísimo; valga recordar que la mayoría de los magallánicos solía tener en el patio de la casa una pequeña huerta donde se sembraba lechuga, repollo, rabanitos, zanahoria, cilantro, perejil, etc. Otros con más terreno sembraban papas, nabos y betarragas. Era normal criar gallinas, cerdos y hasta  una que otra oveja. 

     La vida continúa, mis caminatas y observaciones también. Para grata sorpresa mía he encontrado nuevas tiendas o pequeños mercados que me han hecho volver al pasado patagónico de mi infancia, pues, he visto en ellos el mismo estilo de antaño con sus estanterías y cajones donde se ofrece gran variedad de productos a granel, por supuesto todo medido con la respectiva “poruña” similar a la de aquellos años. Algunos de estos boliches se encuentran en antiguos edificios de bella y antigua arquitectura, otros tienen una moderna construcción.  

     Cómo guía naturalista de la Patagonia chilena, siempre comento a mis pasajeros, gente de todo el mundo, que la Patagonia que van a visitar no es la misma Patagonia de mi infancia, obviamente todo cambia en la medida que el tiempo transcurre, por ley natural, la gente se va, nosotros también cambiamos y no iremos algún día. El paisaje urbano y rural se va modificando en la medida que la ciudad se va desarrollando, todo es movimiento. He escrito estas modestas líneas para que los más jóvenes tengan, aunque sea una pequeña idea, de uno de tantos aspectos que fueron parte del quehacer cultural de los habitantes de esta bella comarca.  

     Será hasta otra oportunidad, ahora voy a “bajar” al centro porque voy a ir a comprarme un “Pecos Bill” (tarea para la casa para los más jóvenes).