Autocuidado y cuidados para las personas que cuidan, un espacio de cuidado concebido desde la perspectiva corporal y de la psicología grupal | Lorena Naves, terapeuta corporal, Escuela Renacer

Autocuidado y cuidados para las personas que cuidan, un espacio de cuidado concebido desde la perspectiva corporal y de la psicología grupal |  Lorena Naves, terapeuta corporal, Escuela Renacer

Las personas que trabajan en el ámbito de la salud están expuestas permanentemente a situaciones que generan tensión y estrés. Alta demanda asistencial, turnos extenuantes, que incluyen no dormir en horarios adecuados, poco tiempo para comer, incluso para ir al baño, exposición permanente a luz artificial. También se enfrentan a situaciones de urgencia, que requieren de gran disposición física y psíquica. Esto incluye vivencias que conmocionan, como la pérdida de la vida de algunas personas atendidas, o que quedan con graves secuelas, Lo que genera además la posibilidad de reclamos y demandas, creando ambientes de mutua desconfianza entre los que otorgan los servicios de salud y quienes los reciben. Si a esto le sumamos la precariedad que enfrenta la salud pública chilena en infraestructura, falta de recursos, insumos y medicamentos, déficit de personal y de presupuesto, la situación y ambiente laboral puede tornarse muy complejo. Por otra parte, tenemos que recordar el gran desgaste sufrido por los equipos durante la pandemia, sumando otro ingrediente a la ya compleja realidad laboral.

Incluso en las atenciones más cotidianas, el personal de salud está siempre demandado hacia el cuidado, acompañamiento, contención y apoyo de personas vulnerables, preocupadas, con incertidumbre por su salud y bienestar.  Esto implica una permanente demanda emocional debido a la naturaleza del trabajo, ya que es una labor en la que el mismo trabajador o trabajadora ocupa a su persona como herramienta del servicio entregado y trata directamente con otras personas y sus sufrimientos. Es decir que las características del trabajo sanitario hacen inevitable las demandas emocionales, ya que el trabajo en salud se caracteriza por un alto componente vocacional; un estrecho vínculo con los usuarios y en donde la evaluación de la calidad de la prestación otorgada dependerá no sólo de aspectos técnicos y/o profesionales sino también de aspectos relacionales y emocionales que se despliegan en la provisión del servicio. y también porque se añaden a otras demandas que, eventualmente, provienen de un mal diseño de la organización del trabajo, lo que las convierte en un riesgo psicosocial adicional.

  Ahora bien, este trabajo emocional puede resultar ambivalente, ya que puede producir consecuencias positivas como satisfacción y sentimientos de logro laboral y personal, y al mismo tiempo consecuencias negativas como agotamiento físico y cognitivo, y también dolencias físicas y de salud mental.  

Cuando estos elementos antes descritos son invisibilizados por los equipos e instituciones, es posible llegar al desgaste ocupacional, conocido también como burnout, que se refiere a un conjunto de signos y síntomas que derivan del estrés crónico en el lugar de trabajo cuando los factores y situaciones que lo producen no son abordados a tiempo. Y este desgaste sin duda, afecta también directa y negativamente a las personas que concurren a los servicios de salud en busca de atención , generando experiencias de deshumanización e incluso de malos tratos en la atención.

El término burnout o estar “quemado”, proviene de la Psicología con enfoque cognitivo conductual, y fue utilizado por primera vez en 1974 por Freudenberger , pero es Maslasch en 1977,quien amplía  y consolida la difusión de este concepto.  

En el año 1990 la Organización Mundial de la Salud (OMS) alerta sobre las consecuencias e importancia que tiene para la salud el autocuidado de aquellas personas que realizan funciones de apoyo. En octubre del año 2019, el desgaste ocupacional o burnout es reconocido por la Clasificación Internacional de Enfermedades (CIE-11) de la OMS como una enfermedad laboral que se caracteriza por tres dimensiones: 1)    Sentimientos de falta de energía o agotamiento. 2)    Aumento de la distancia mental (despersonalización) o sentimientos negativos con respecto al trabajo. 3)   Eficacia profesional reducida. De esta manera, el síndrome de desgaste ocupacional se refiere, específicamente, a fenómenos relacionados con el contexto laboral y no debe aplicarse para describir experiencias en otras áreas de la vida. 

A su vez, aparece la noción de Riesgos de Equipo que apunta a develar las manifestaciones nocivas ya no sólo a nivel individual, sino grupal. Este concepto supone que los equipos tienden a protegerse y/o defenderse de las ansiedades que les provoca la tarea que los constituye, generando defensas y dinámicas muchas veces disfuncionales que constituyen un riesgo para los integrantes de un equipo y para el equipo como un todo. 

 Numerosos estudios muestran la presencia de este desgaste emocional en las personas que trabajan en salud en Chile y la ausencia de espacios para abordar este malestar. Preocupan los problemas de salud mental, ya que un importante porcentaje de las consultas por depresión tendrían su origen en el trabajo, además de que los trastornos emocionales y del ánimo se han incrementado sostenidamente transformándose en la principal causa de licencia médica. También preocupa el consumo de sustancias y automedicación (principalmente con somníferos y benzodiazepinas) y alcoholismo. Todo esto se relaciona a un creciente tipo de riesgos denominados riesgos psicosociales laborales asociados a cambios en el mundo del trabajo. 

En este contexto, una de las respuestas que ha entregado el Estado frente a esta compleja realidad, ha sido intervenir de manera preventiva a través de lo que se ha denominado el Autocuidado. Este término ha tomado relevancia y se ha incorporado al sentido común de las organizaciones laborales en las últimas décadas, agrupando una serie de estrategias individuales, de equipo e institucionales que intentan mejorar la calidad de vida de trabajadoras y trabajadores

 Ahora bien, como señalan algunos autores, no existe acuerdo sobre qué se entiende por “Autocuidado” aun cuando este ya se constituye como una práctica habitual. El concepto de Autocuidado queda en el terreno de lo dado por obvio, pero sin una definición consensuada observándose una ilusoria sensación de que todos estamos entendiendo lo mismo. 

Al parecer el término Autocuidado referido al cuidado de equipos en Chile puede significar varias cosas a la vez. Resulta interesante y necesario entonces, problematizar, cuestionar y clarificar los contenidos asociados a este concepto.

¿Cómo podemos concebir el Autocuidado en el actual contexto de lógicas de libre mercado que impactan las relaciones laborales, institucionales y de organización del trabajo?

¿Es el Autocuidado una forma de aumentar la productividad y la eficacia de una organización o empresa? ¿O se constituye en un espacio que puede dar cabida a la subjetividad de trabajadores y trabajadoras en aspectos como salud, pobreza, violencia, vocación, expectativas individuales y grupales, malestar, sufrimiento, ansiedades en el ámbito laboral?

¿Constituyen el Autocuidado sólo actividades recreativas, de esparcimiento, convivencia, ejercicio y pausas saludables? ¿O puede constituirse como un espacio colaborativo para pensar grupalmente el sufrimiento que puede generar el trabajo, incluyendo problematizar las dinámicas institucionales?

Es verdad, se hace urgente la necesidad de espacios que permitan la pausa, el descanso y distensión, pero también es fundamental el encuentro y la elaboración por medio de la palabra, de vivencias y emociones para darles una escucha y un sentido en el contexto de las labores diarias. Cuidarse para poder cuidar parece ser la consigna que guía estas propuestas de Autocuidado en Salud. En ese sentido, ¿es responsabilidad individual el propio cuidado?, ¿es una tarea de los equipos cuidarse mutuamente? ¿es la Institución de Salud la llamada a generar estos cuidados para sus equipos?

Resultaría interesante pensar en construir diálogos que promuevan la interacción de los distintos involucrados para generar redes hacia un real cuidado. Redefinir Autocuidado hacia una mirada colectiva, comunitaria, repensando las lógicas de este concepto.

La perspectiva corporal establece la premisa de que “somos cuerpo», es decir que, tomando conciencia de nuestra corporalidad, podemos conectar con nuestras sensaciones físicas, como tensiones o síntomas y también las emociones y contenidos psíquicos ligados a ellos. 

Frecuentemente detrás de un síntoma físico manifestado, existe algún conflicto o ansiedad no resuelta y es este síntoma el que permite mostrar lo que es difícil verbalizar. El cuerpo” habla” a través de la molestia, el dolor e incluso la enfermedad cuando los contenidos emocionales son difíciles de elaborar. Por esto, acceder a espacios que inviten a contactarse y reconocerse desde lo corporal junto con otras personas que comparten la misma labor, puede ser muy beneficioso, para luego pensar en grupo los contenidos que devela el cuerpo en su dimensión individual y grupal.

En este sentido, es necesario tener en cuenta la dimensión simbólica del cuerpo, es decir, su historia, imagen e imaginario.   Desde la Terapia Corporal el cuerpo es concebido como un todo en relación íntima con los fenómenos psíquicos, emocionales, espirituales y sociales que mueven a las personas. Desde esta concepción, entonces, el cuerpo no es algo que uno tiene, sino que materializa en sus posturas, movimientos y gestos, quien uno es. Así mismo, 

 el grupo se constituye cuerpo, que permite compartir y elaborar los contenidos, gestos, posturas, movimientos, hábitos de la dinámica grupal que emergen de las experiencias, emociones, preguntas y ansiedades respecto de la tarea común de la atención en salud. 

El cuerpo “habitado” como individuo entramado al cuerpo grupal abre claridades respecto de los lugares que cada cual asume en el grupo y de las relaciones que se construyen en el equipo.

Cuando el trabajo es grupal tiene la riqueza de proveer a los y las integrantes un espacio de contención y seguridad, permitiéndoles sentirse más acompañados durante el proceso. El grupo funciona como espejo de las experiencias individuales y como facilitador de elaboración de emociones, dudas y ansiedades, cooperando entre los integrantes para dar posibles respuestas y soluciones. 

Estimular la creación y permanencia de estos espacios reflexivos se vuelve fundamental para caminar hacia un real y consistente de Sistema de Cuidados.

Referencias:

  1. Palma, A. & Ansoleaga, E. (2022). Demandas emocionales, violencia laboral y salud mental según género en trabajadores de hospitales públicos chilenos. Psicoperspectivas, 21(2). https://dx.doi.org/10.5027/psicoperspectivas-vol21-issue2- fulltext-225
  2. Enfrentar y prevenir el desgaste profesional con prácticas colaborativas. Fundación CAP
  3. Paula Beatriz Becker Klavin Sufrimiento en el autocuidado de equipos. Análisis a partir de la experiencia de Equipos Psicosociales de Salud Mental 

Tesis para optar al grado de Magíster en Psicología Clínica de Adultos , Universidad de Chile. 2014