21 de octubre de 1520 | El descubrimiento del Estrecho de Magallanes | Historia de Magallanes

El 22 de marzo de 1518 se oficializó en Valladolid la expedición, nombrándose al navegante portugués, al servicio del Imperio español, Fernando de Magallanes, capitán general de la flota y gobernador de todas las tierras que encontrara. En esta se acordaron los privilegios que tendrían Magallanes y Faleiro y se estableció que la armada a organizarse pasaría a conocerse como «de las Molucas». La Armada de las Molucas, compuesta por cinco naves, zarpó desde el puerto y Reales Atarazanas (antiguos astilleros) de Sevilla, atracando en Sanlúcar de Barrameda (Cádiz) para ultimar ajustes, preparación y aprovisionar las naves para su partida el 20 de septiembre de 1519.
Las naves eran la Trinidad, de 100 a 110 toneles, nave capitana al mando de Magallanes; la San Antonio, de 120 toneles, al mando de Juan de Cartagena; la Concepción, de 90 toneles, capitaneada por Gaspar de Quesada y con Juan Sebastián Elcano como maestre; la Victoria, de 85 toneles, comandada por Luis de Mendoza, y la Santiago mandada por Juan Serrano (nacido João Rodrigues Serrão). La dotación estaba formada por 239 hombres, desde el capitán general al último marinero. En Canarias y Brasil se agregaron más tripulantes hasta llegar a 265. La mayoría de ellos nunca más regresaría a España.
Hicieron escala en la isla Tenerife (Canarias), Recife y Río de Janeiro donde recalaron el 13 de diciembre del mismo año.
A comienzos de 1520, recorrieron el litoral oriental de Sudamérica. Al llegar a la desembocadura del río de la Plata Magallanes creyó que había hallado el paso hacia el mar del Sur, pero al internarse en este notó que solo se trataba de un inmenso caudal de agua dulce.
Continuó navegando hacia sur y el 31 de marzo de 1520 recaló a una gran bahía a la que llamó puerto de San Julián. Ordenó el desembarco para invernar por espacio de cinco meses. Durante esta estadía la nave Santiago naufragó y se produjo un motín dirigido por los capitanes de las naves. Antonio Pigafetta, cronista de este viaje, escribió:
Los traidores eran Juan de Cartagena, veedor de la escuadra; Luis de Mendoza, tesorero; Antonio de Coca, contador; y Gaspar de Quesada. El complot fue descubierto: el primero fue descuartizado y el segundo apuñalado. Se perdonó a Gaspar de Quesada, que algunos días después meditó una nueva traición. Entonces, el capitán general, que no se atrevió a quitarle la vida porque había sido nombrado capitán por el mismo emperador, le expulsó de la escuadra y le abandono en la tierra de los patagones con un sacerdote, su cómplice.
Antonio Pigafetta
También ha de conocerse que Magallanes indultó a Juan Sebastián de Elcano, perdonándole la vida por haberse unido a los amotinados. Aquí tomaron contacto con los aborígenes de «estatura gigantesca», llegándole ellos un poco más allá de la cintura. Eran hombres blancos de pelo y muy fuertes de musculatura a los que Magallanes llamó patagão (‘pie grande’) o «patagones», y a la región, «Patagonia».
El 21 de octubre de 1520, descubrió un cabo detrás del cual se divisaba una gran entrada de mar. Al cabo lo bautizó como «de las Once mil Vírgenes». El 1 de noviembre de 1520, luego de explorar la entrada de mar, Magallanes entró al estrecho al que llamó «de Todos los Santos», ya que ese día la Iglesia católica celebra esa festividad.
Al navegarlo, contempló en la ribera sur grandes fogatas que desprendían mucho humo, las cuales se producían por la cantidad inmensa de gas natural que emanaba en esa zona a la que los aborígenes habían prendido fuego en algún momento para hacer sus rituales mágicos. La bautizó como «Tierra de los Fuegos».
Pasado el golfo que le sirve de boca oriental, la escuadrilla se internó resueltamente en las primeras angosturas del canal, siguiendo siempre el mismo rumbo, el este-sur, hasta llegar a una espaciosa ensenada cerca de la cual se levantaban varias islas, la bahía San Bartolomé. En este punto, la naturaleza de aquellos canales cambiaba de aspecto. Hasta allí, el paisaje que se había presentado a la vista de los exploradores era triste y pobre. Extendidas playas de arena batidas por un viento frío, eminencias de poca altura, desprovistas de árboles y con una miserable vegetación herbácea, rocas áridas y peladas, y un cielo limpio y seco, fue todo lo que vieron en la primera parte del estrecho. Desde que pasaron la segunda angostura, el paisaje cambiaba como por encanto. Montañas más elevadas, con cimas cubiertas de nieve y con un suelo humedecido por lluvias frecuentes, ostentaban una lujosa vegetación de árboles y yerbas. Este cambio de paisaje causó una agradable sorpresa a los viajeros que acababan de pasar muchos meses en las estériles regiones de la costa oriental.
Desde la bahía en que había fondeado Magallanes, la costa cambiaba violentamente de dirección, dirigiéndose en línea recta hacia el sur. Este rumbo tomaron los expedicionarios; pero a poco andar hallaron el estrecho dividido en dos canales por la interposición de tierras montañosas. Magallanes mandó que dos de sus naves entraran por el camino al oriente, mientras él seguía avanzando por el otro canal con el resto de su escuadrilla. Las dos divisiones quedaron en reunirse en el punto en que se abren esos dos canales. Esta medida de precaución traería a Magallanes una de sus mayores dificultades.
En los primeros días de noviembre, Magallanes, recorrió la prolongación de la costa de la península de Brunswick, hasta el cabo Froward observando allí que el estrecho tomaba una dirección hacia el noroeste y esperó durante cinco días mientras las otras dos naves exploraban el canal oriental sin encontrarle salida. Una de ellas, la Victoria, al mando de Duarte Barbosa, que había avanzado menos en este reconocimiento, dio luego la vuelta a reunirse con el jefe expedicionario. La otra, denominada San Antonio, había ido más lejos todavía. Al tercer día (8 de noviembre) regresó de su exploración, pero no halló a Magallanes en el punto de reunión. Mandaba esta nave el capitán Álvaro de Mezquita, primo hermano de Magallanes y hombre de toda su confianza. Por desgracia, estaba embarcado también en el mismo buque el piloto Esteban Gómez, que sublevó a la tripulación, apresó al capitán Mezquita, desertó y dio la vuelta a España, quedando solo tres naves en la expedición. Esta traición, que privaba a los expedicionarios de su buque de mayor porte y de una abundante provisión de víveres, estuvo a punto de frustrar la expedición.
Cuando el jefe expedicionario volvió al lugar en que debía reunirse toda la escuadra, experimentó la más desagradable sorpresa al ver que no se hallaba allí la nave que mandaba el capitán Mezquita. Magallanes, temiendo que la nave hubiera naufragado en el reconocimiento de los canales, redobló su actividad para buscar la nave perdida en los canales inmediatos. Solo después de algunos días, cuando había desaparecido toda esperanza de hallar a sus compañeros, resolvió Magallanes alejarse de aquellos lugares. Aun entonces, hizo poner señales en algunos puntos de la costa y dejó una marmita con una carta en que indicaba el rumbo que iba a tomar para que pudiera seguirlo la nave San Antonio.
La exploración de las tierras vecinas al estrecho no ofrecía ningún interés para Magallanes, que solo buscaba allí el paso para llegar a los mares de la India. Por otra parte, aquella región dominada por el frío no valía la pena de detener en su camino a los navegantes que iban en busca de las islas más ricas del mundo. Pero Magallanes, aun sin detenerse, se formaba un concepto cabal de las tierras que divisaba. Para él, la costa que tenía al norte era la extremidad austral del continente americano. La región del sur, que Magallanes denominó «Tierra del Fuego», por las muchas fogatas que allí encendían nativos que la poblaban, debía de ser una gran isla. Sin detenerse con las tres naves que formaban su escuadrilla, continuó resueltamente su navegación por el angosto canal que se abría con dirección al noroeste.
El 27 de noviembre de 1520 entraba, por fin, Magallanes en el océano Pacífico, como él mismo lo bautizó.