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Ética, sentido, comunidad y corresponsabilidad | Salud mental al fin del mundo | Juan Alberto Cerda, Psicólogo

Ética, sentido, comunidad y corresponsabilidad | Salud mental al fin del mundo | Juan Alberto  Cerda, Psicólogo

¿Dónde comienza la civilización? Fue una de las preguntas que, a mi juicio, Margaret Mead logró responder con admirable sencillez y precisa profundidad. Su planteamiento nos invita, urgentemente, a repensar las bases de nuestra convivencia humana. En sus palabras, parafraseadas: “Ayudar y resguardar a alguien en momentos de dificultad; es decir, brindar protección hasta que exista autonomía. Ese es, y no otro, el punto donde comienza la civilización”.

Comprender que el desarrollo del ser humano ha sido posible gracias a múltiples dinámicas relacionales es crucial. Para quienes se permiten leer, analizar y reflexionar con la pausa que exige la complejidad, esto puede resultar profundamente revelador. A través de estas relaciones se ha construido lo que denominamos el imaginario social, una estructura simbólica moldeada por la historia, la educación, la política, la economía y la cultura. Sin embargo, este imaginario también ha sido el terreno fértil donde se han articulado discursos hegemónicos orientados, muchas veces, a la cancelación de la diferencia y a formas más sutiles pero efectivas de dominación pública.

¿Confiamos verdaderamente en nuestros familiares, vecinos, colegas, profesionales o incluso en las autoridades? Esta es una pregunta que suele recibir respuestas impulsivas, determinadas más por intereses personales o por la fuerza de la “deseabilidad social” que por una reflexión auténtica. En ese contexto, toda posibilidad de dotar de sentido profundo a nuestras relaciones queda cancelada.

En Puerto Natales, he advertido una preocupante inercia en cuanto a la calidad del tejido social: lo relacional ha sido desplazado por una creciente valorización del turismo y el consumo. Cada año aumenta el número de visitantes extranjeros, consolidando una atmósfera en la que el dinero se presenta no solo como prioridad, sino incluso como justificación del refrán popular: “cada uno se rasca con sus propias uñas como puede”. Este clima de autosuficiencia forzada debilita los vínculos comunitarios e instala una lógica de indiferencia social progresiva.

David Pastor Vico, filósofo español con quien tuve la oportunidad de conversar directamente sobre su libro Ética para desconfiados, sostiene que la desconfianza actual no es un síntoma aislado, sino una consecuencia directa del individualismo estructural que rige nuestras sociedades. Por su parte, Ricardo Capponi, psiquiatra chileno y referente formativo de numerosas generaciones de profesionales de la salud mental,  advierte en su obra ¿Cómo construir una felicidad sólida? que la lógica social del consumo, expresada en el afán por duplicar ingresos, alcanzar estatus y acceder al poder, genera una paradoja evidente: en la medida en que se intensifican estos deseos, también aumentan los sentimientos de vacío, desconexión con el propósito vital y la emergencia de cuadros depresivos. En suma, perseguimos promesas de bienestar que nos alejan, precisamente, de aquello que nos sostiene.

Resulta particularmente elocuente observar cómo el materialismo, reforzado estructuralmente por la lógica del consumo, ha generado un deterioro progresivo en múltiples dimensiones del bienestar humano: calidad de vida, autoestima y salud mental subjetiva. En paralelo, la valoración de los vínculos interpersonales ha ido disminuyendo, tanto en intensidad como en profundidad. La dimensión relacional, que históricamente ha sostenido el equilibrio psicosocial, parece hoy relegada frente a una cultura centrada en lo individual y lo transaccional.

Desde mi rol como psicólogo, sostengo que la ética no puede disociarse del modo en que nos vinculamos con otros; constituye un principio rector que debe guiar tanto la vida personal como la praxis profesional. A su vez, la integridad, entendida como la coherencia entre lo que se dice y lo que se hace, es indispensable para cualquier proyecto social con vocación transformadora. Más allá de los recursos económicos que este tipo de iniciativas puedan requerir, solo son posibles, y sostenibles, si se gestan desde, con y para las personas. Sin sujetos comprometidos, ninguna estructura es suficiente.

En Puerto Natales se percibe un progresivo desenfoque en las prioridades colectivas, posiblemente influenciado, de forma consciente o inadvertida, por la expansión del turismo y la lógica del consumo. Esta transformación ha desplazado la atención desde lo comunitario hacia lo individual, desde el bienestar colectivo hacia el rendimiento económico. Si bien el turismo ha traído consigo dinamismo financiero, también ha introducido una lógica de transitoriedad que tiende a debilitar los vínculos locales, promoviendo una cultura más utilitarista que relacional. En este contexto, los espacios de cuidado, contención emocional y construcción de tejido social han perdido centralidad, generando un vacío que impacta directamente en la salud mental de quienes habitan este territorio.

Ante este escenario, desde la Corporación Horizontes con Esperanza, hemos desarrollado la iniciativa “Refugio Mental en la Patagonia: Cuidándonos Juntos”. Esta propuesta nace con un objetivo claro: ofrecer una alternativa ética, y profesional a quienes hoy no pueden acceder oportunamente a atención psicológica.

El servicio tendrá un valor (entre $8.500 y $10.000 por sesión), pero no se trata de una iniciativa lucrativa. Cada aporte económico de quienes asistan se reinvertirá directamente en el fortalecimiento del proyecto: mejoras en difusión y estrategias de marketing, adquisición de materiales psicoeducativos, cursos de formación profesional, arriendos logísticos si son necesarios, y apoyo para traslados de profesionales y voluntarios. Cada peso será trazable y tendrá un destino en la mejora continua del servicio.

Además, queremos abrir la puerta a una lógica distinta: una corresponsabilidad comunitaria en salud mental. Por eso, estamos impulsando alianzas con empresas locales, comercios, organizaciones y actores sociales, bajo una premisa clara: cuidar el bienestar emocional de quienes viven en esta región y, por supuesto, en esta comuna es tarea de todos. Invitamos a quienes compartan esta visión a sumarse, ya sea colaborando, difundiendo o articulando esfuerzos.

Sabemos que los problemas complejos no se resuelven con soluciones aisladas. Pero también sabemos que hay momentos en los que hay que empezar. Esta es una propuesta técnica, territorial y viable. No busca reemplazar al Estado, sino complementarlo, descongestionar lo que hoy está colapsado y, sobre todo, poner a las personas al centro.

En coherencia con lo anterior, quisiera relevar el compromiso de la Sra. Lidia Catepillán, quien, más que una colaboradora, se ha transformado en un símbolo de esperanza activa para nuestra comunidad. Con convicción y generosidad, ha resignificado el nombre de nuestra provincia: de “Última Esperanza” a “Primera Esperanza”. Su confianza en esta iniciativa y la facilitación del espacio físico necesario para atender a quienes más lo necesitan, representan un acto concreto de corresponsabilidad social y fe en el valor de lo comunitario.

Queremos invitar a las autoridades públicas y privadas, a los equipos de salud, a las juntas de vecinos, a los medios de comunicación y a toda la comunidad a sumarse. Porque aquí no sobra nadie. Porque cuidar la salud mental no es un lujo ni un favor, es una responsabilidad ética y una inversión social urgente.

Juan Alberto Cerda Guzmán

Psicólogo Clínico

Psicoterapeuta

Doctorando en Psicología

Estudiante de Filosofía