Reflexiones sobre la tragedia en Torres del Paine desde la mirada de la gestión del riesgo | Pablo González Vera | Opinión
Como profesional dedicado a la epidemiología, la gestión del riesgo y las emergencias —y
también como montañista y natalino que ha recorrido durante años el Parque Nacional Torres del
Paine— no puedo dejar de expresar mi profunda preocupación frente al accidente que ya ha
cobrado la vida de cinco personas. Esta tragedia no solo nos golpea emocionalmente; también
evidencia, una vez más, falencias estructurales que venimos señalando desde hace décadas.
Lo primero, y más grave, es que no existen planes, protocolos adecuados, actualizados y
validados de gestión del riesgo y emergencias para el parque. Y si existen, no son públicos ni
conocidos por los visitantes ni por gran parte del personal de CONAF, lo que los vuelve
prácticamente inútiles. La gestión del riesgo en el parque es escasa, por no decir derechamente
inexistente. Lamentablemente, se sigue confundiendo gestión del riesgo con gestión de
recursos, cuando en realidad son ámbitos completamente distintos que requieren planificación,
capacidades técnicas y criterios especializados.
Muchos intentarán reducir este incidente al hecho de que el grupo no iba con guía. Sin embargo,
un guía no es un superhéroe, ni está llamado a reemplazar la responsabilidad del Estado o de los
organismos administradores. Y quienes conocemos la montaña sabemos bien que muchos guías
no cuentan con la experiencia necesaria, y que los senderos de Torres del Paine son —o deberían
ser— autoguiables, tal como lo fueron por décadas, antes de que la experiencia se transformara
en un negocio donde todo tiene un precio.
En la mayoría de los parques del mundo, la experiencia es gratuita para los residentes,
autoguiada, señalizada y correctamente gestionada. Aquí, en cambio, tenemos senderos
deficientes, mal mantenidos, administraciones que presumen contar con estaciones
meteorológicas y sistemas de información, pero sin evidencia de una gestión efectiva y oportuna.
¿Se monitorearon las condiciones climáticas? ¿Se comunicaron alertas? ¿Se cerraron rutas?
¿Hubo una evaluación de riesgo real? Las respuestas aún no aparecen a 2 días del evento. Y,
como suele ocurrir en nuestro país, todo se olvida en un par de días.
Decir que “iban sin guía” es una excusa más. Un parque nacional debe ser de acceso libre,
seguro y bien gestionado, no un negocio donde la seguridad se privatiza en beneficio de unos
pocos. (Sé que con esto varios amigos guías se enojarán, pero elegir guía debe ser una opción, no
una obligación.
Un parque bien administrado debe contar con senderos demarcados, mantenidos y monitoreados
permanentemente. Sabemos que eso no ocurre. Y nuevamente escucharemos el argumento del
“no hay presupuesto”. Pero muchos cambios no requieren dinero: requieren voluntad, gestión,
criterios técnicos y personal capacitado. No sirve de nada cambiar nombres de instituciones si se
mantiene la misma cultura del “aquí lo hacemos así no más”. Seguimos atrapados en la
pitutocracia, en vez de buscar personas idóneas para cargos clave.
Como montañista y natalino, he recorrido infinidad de veces este parque. A los 15 años con mis
compañeros de curso hicimos la misma ruta donde ocurrió este accidente; ruta que permanece
igual después de tres décadas, salvo un par de puentes nuevos, en su mayoría gestionados por
ONGs. En todas esas veces, es casi imposible encontrar a personal de CONAF recorriendo los
senderos, cumpliendo funciones básicas como evaluar riesgos, identificar puntos críticos,
verificar el estado de las rutas y reportar información a la administración. Esa es la base mínima
de la gestión del riesgo. No es un lujo: es una necesidad vital.
Incluso debo admitir que la única vez que vi a un guardaparque caminando un sendero fue
porque estaba buscando pumas para su grupo de turistas extranjeros, en pleno horario laboral.
Esto deja en evidencia cuáles son las prioridades: el negocio del avistamiento de pumas por
sobre la seguridad, la prevención y la vigilancia del entorno. El avistamiento de fauna se ha
transformado en un negocio millonario, mientras la gestión del riesgo sigue abandonada.
A esto se suma otro problema grave: la falta de acceso a agua potable y saneamiento básico. Es
impresentable que, en pleno siglo XXI, en uno de los parques más reconocidos del mundo, esto
siga siendo un lujo. El brote de norovirus y salmonella ocurrido en 2016 —y que posteriormente
se repitió— es consecuencia directa de esta precariedad. Pero, como siempre, se le bajó el perfil.
Mientras tanto, el parque se llena de hoteles, concesiones y proyectos con impactos ambientales
minimizados, mayor contaminación de uno de los lugares mas prístinos y se restringe cada vez
más el acceso natural. Suben los valores de entrada, se multiplican las trabas y se prioriza el
lucro por sobre la seguridad y el acceso libre a los parques nacionales. Escuchamos discursos
como “estamos trabajando en nuevos protocolos”, protocolos que deberían haber existido hace
años. En cambio, sí se invierte tiempo en protocolos de avistamiento de pumas, que benefician
únicamente a algunos privados y su negocio, en desmedro de la seguridad de todos.
Este no es un problema de si iban o no con guía; ese es el síntoma, no el fondo. El problema real
es la ausencia total de una gestión del riesgo seria, con enfoque en seguridad, bienestar y
protección efectiva. Hoy, la prioridad no es el visitante: son los intereses económicos de quienes
han monopolizado el parque y sus senderos.
Es urgente avanzar hacia una administración estatal técnica, responsable y verdaderamente
comprometida, que esté a la altura de lo que significa Torres del Paine: un patrimonio natural
único, que merece protección real y gestión profesional.
Paradójicamente, el fin de semana previo al accidente, vimos en las noticias operativos de
inspección y fiscalización de ordenanzas de turismo.
La naturaleza de la Patagonia siempre tendrá riesgos; lo que no puede seguir siendo un riesgo es
la desidia humana y la falta de gestión.
MPH Pablo Alejandro González Vera
Epidemiologo de Campo

