«Las Tres Horas, son nuestras, son natalinas y no pueden morir», por Ramón Arriagada

«Las Tres Horas, son nuestras, son natalinas y no pueden morir», por Ramón Arriagada

Las Tres Horas, son nuestras, son natalinas y no pueden morir por Ramón Arriagada

 

La prueba automovilística “Las Tres Horas”, son natalinas, son nuestras. Es la única realización colectiva proyectada, desde aquí,  en el tiempo. Por lo tanto es lo único que podemos mostrar al resto de la Patagonia y el país como espectáculo masivo. No hay ninguna otra acción que se haya perpetuado,  pese a sus éxitos y reveses. Y vaya como ha sido sometida a duras experiencias,  y ahí reaparece por el empuje de las nuevas generaciones,  no  dispuestas a dejarlas en la historia olvidada de una comunidad, para la cual siempre fueron tan escasos los éxitos deportivos.

Junto a recordados amigos me involucré en los inicios de esta prueba automovilística. Dimos forma al  club de volantes  natalino, no sólo pensando en la velocidad y en los fierros inertes, sino en agrupar a los  jóvenes inquietos, residentes en nuestra ciudad. Eran años de crisis, cuando nuestra dependencia de Rio Turbio y su mineral de carbón se había cortado abruptamente, después de las animosidades fronterizas del año 1978. Las primeras competencias, nos dieron la razón, los talleres mecánicos se llenaban de actividad preparando nuestros primeros bólidos, que ahora harían reír de buena gana a los muchachitos. Más que autos de carrera, algunos eran carros alegóricos, como el Thames de “Fique” Martínez, las renoletas, los Fiat 600 y  los minis.

Sin temor a  equivocarme, pues me alejé de la actividad, pero ésta competencia,  llegó un momento que era más preciada  en el medio “tuerca” que el  Gran Premio de Tierra del Fuego. O al menos, había muchos competidores,  quienes optaban por preparar sus autos, teniendo como aspiración el participar en el circuito de Dorotea.

Su fama de prueba belicosa, con las cuatros estaciones del año encima, un paisaje natural único en el mundo, el público que como en ningún otro lado valoraba y aplaudía a los pilotos visitantes, se extendió en los círculos de los  aficionados al automovilismo.   Cautivó a uno de los pilotos más meritorio del medio nacional;  el gran Manfred Switter, hoy empresario en  Cabrero, admirado por la generación tuerca  de los años 70, por su papel  meritorio en las desaparecidas “Sopesur”;  vino , corrió, ganó y se prendó de la prueba. Pasó a saludarme el  sábado pasado, esta vez,  sin auto de competición;  en agosto su corazón que carburaba como su coche de competición, lo relegó a espectador. Me contaba, que ya restablecido del “cambio de inyectores”, le preguntó al médico si podía venir a Puerto  Natales; le respondió  que por supuesto, pero sólo a mirar. Y llegó a ofrecerse a los organizadores para ayudar en la carrera.  Gestos nobles que sólo afloran en las grandes causas.

Hoy  nuestros corazones se han sobrecogidos por la muerte del joven Eduardo Gatica. Es el primer piloto muerto en competencia en el circuito de Las Tres Horas.  Era el acompañante en la conducción de su padre Pepe. Había un reconocimiento mutuo de las capacidades de cada uno; la seguridad del equipo familiar, estaba basada en la triunfal carrera hecha  por ambos en  el año 2014. Por primera vez una dupla natalina, ganaba la prueba. ¡ Qué padre puede resistir la compañía de su hijo en la actividad  más querida!,  universalmente es motivo de orgullo  y sobre todo cuando los éxitos  sonríen. La generación de nobles pilotos que nos acompañaron en las primeras pruebas, hoy apoyan a sus hijos en las pistas de la Patagonia. Aunque para muchos sea incomprensible, pero  son parte,  “de los caminos de la vida”. Admiración, respeto por la elección de vida, educación refleja, pero respetable.

Mientras escribo estas líneas, no puedo evitar, mirar de reojo, el hermoso trofeo ganado por Hugo Marinelic en la famosa doble Puerto Natales-Punta Arenas en los años 50. Está en un lugar privilegiado de mi estudio, antes de morir me la dejó como testimonio de una amistad, nacida por el automovilismo. Es cuando comprendo, que todo ha  sido una linda historia,  a la cual,   no le podemos cantar un apresurado réquiem y sepultar.