Fuego Patagonia, Sin Inspiración – Francisco Cárdenas – Opinión
Hay veces en que las musas no logran activar la pluma del que quiere contar algo a través del idioma escrito. Pensaba, sentado en mi escritorio, en escribir unas líneas sobre el “poblamiento vegetacional” de Patagonia y nombrar algunos de los maravillosos “eco sistemas” que se pueden observar, dada mi condición de guía naturalista. Es un tema interesantísimo, pero, definitivamente no, no va a resultar, hoy no es el día.
¿Qué hacer en estos casos?, pienso para mis adentros; algo debo hacer, quizás es el momento de dejar todo para otro día y salir a dar un paseo. Si, eso haré, saldré a dar un paseo que ojalá resulte inspirador, dejaré que mis pasos me guíen y me lleven a donde quiera que sea.
Si hay un lugar mágico para mi, esa es la costanera del estrecho de Magallanes. Bajo por calle Roca y llego hasta el mar, entonces dirijo mis pasos hacia el sur. Mucho frío por la mañana, camino a lo largo de la costa observando lo bella que lucía la ciudad a esa hora, casas bien arregladas, todo en orden. Llegué a un lugar donde por muchos años hubo un histórico astillero, observé lo que queda de ello, los viejos veleros de metal, que un día recorrían los mares del mundo y hoy yacen varados en la playa. Mientras caminaba podía imaginar el velamen de esas naves desplegado al viento, sus tripulaciones bajando a tierra, tal vez en busca de algún amor ocasional –recordé un poema de Neruda que versa: “Amo el amor de los marineros que besan y se van”- o tal vez para abandonarse ebrios en algún bar de la época; después de una larga singladura no sería reprochable, pienso.
He llegado a una calle principal que da acceso a una antigua población, decido doblar en esa dirección, hacia el cerro, a medida que voy subiendo, el aire se hace más frío, observo como este lugar que hace poco era tan periférico está ahora más cerca del centro de la ciudad, cuidado por sus habitantes, muy bello. Sigo subiendo hasta llegar a una población mucho más antigua que la anterior. Este lugar es muy especial, al comienzo de los comienzos, fue construida por gente venida del archipiélago de Chiloé, que llegaron a la Patagonia a trabajar en las grandes «estancias» ganaderas y durante los inviernos iban construyendo sus casas en ese sector. Hoy es un organizado barrio de Punta Arenas, diría con estilo propio. Continúo caminando y perdiendome entre calles y casas de madera; algo extraño sucede, noto que hay un silencio profundo, no se escuchan automóviles u otros ruidos, todo se aquieta, es como si ese sector de la ciudad estuviera dormido, sin habitantes.
Miro hacia la montaña y veo algunos atisbos de nieve, diviso el club andino, hermoso centro de esquí con vista al mar. Percibo de pronto un aroma que me transporta a mi niñez, si, de algunas casas sale humo, son casas calefaccionadas a carbón y leña, todo esto me transporta a tiempos maravillosamente felices, a larguísimas tardes de invierno en la laguna de patinar, cuando los días eran eternos y era dueño de la felicidad.
Al llegar a una esquina encuentro una casa de madera que llama mi atención, de forma rectangular pintada de azul, antigua y muy bien conservada y con una gran antena parabólica, sin duda sus moradores están conectados al resto del mundo, me detengo tomo unas fotos y sigo unos pocos pasos hasta llegar a otra esquina donde mi mente alucina. De un patio no muy ordenado sobresalen muchas varas de madera verticales, cada una de ellas con un avioncito en la punta, afinando un poco más mi visión noto que los aviones están construidos con desechos plásticos tales como botellas de bebidas y esas cosas. Que tremenda creatividad del apasionado constructor y amante de los aviones; me alejo con un sentimiento muy especial.
Sin darme cuenta voy saliendo del sector y llego a una gran avenida, ruido de autos ahora, gentes, micros grandes, barullo, estoy más cerca del centro de la ciudad, Una casa de arquitectura moderna con una gran antena de telefonía celular llama mi atención; estoy en el barrio donde he nacido, casas nuevas como la descrita y las viejas casas de mi infancia. Llego a una avenida más quieta, donde en los largos inviernos nevados solíamos tiranos calle abajo en trineo. Veo el árbol donde nos subíamos con los chicos del barrio y que para nosotros y nuestra imaginación era la guarida de Batman y Robin.
Y así, lentamente voy llegando al centro de la ciudad y mi marcha llega a su fin, como si hubiera hecho un viaje al pasado, logré ser niño de nuevo, volví a ver en mi imaginación a aquella gente que acunó mi infancia junto con los juegos que hoy ya no existen.
De vuelta en casa me prometo escribir la columna originalmente proyectada, cuando las musas no me encuentren, como ahora, sin inspiración.
Francisco Cárdenas Marusic
Guía Naturalista – Patagonia Chilena.


