Viaje a un mundo olvidado | Mauricio Guichapany | Opinión

VIAJE A UN MUNDO OLVIDADO
( Crònica del 31 de Julio del 2023, del viaje en una micro 2 desde Zenteno con Independencia hacia el Hospital viejo en Angamos, en la ciudad de Punta Arenas, mientras nevaba copiosamente )
Tenìa que salir, no quedaba de otra.
Afuera el frìo atrapaba los cuerpos en un largo sueño quieto.
Tomè las últimas dos pastillas que me quedaban, me abriguè bien, me puse los fonos y salì escuchando Confortably Numb sobre la nieve profunda.
La esquina no se veìa y caminè con la cabeza agachada enterrando y desenterrando mis bototos como quien entra y sale del infierno a cada instante.
El letrero del paradero de micros de pronto apareció.
Aferrado al letrero un hombre inmóvil esperaba movilización.
Me detuve detrás de èl, después de un buen momento sacò una mano de su bolsillo y se acomodò el gorro.
Ahì me dì cuenta que estaba vivo.
El viento blanco cubrió los columpios que a esa hora balanceaban un niño transparente, congelado y ausente.
Los àrboles desaparecían de la avenida y eran delirios antiguos de pàjaros errantes.
La calle no tenía lìmites en la mirada de la tarde. Un vaho enorme ocultò las casas de esta Patagonia donde morirse es el mejor testamento.
Los autos pasan con el aullido feroz de la indolencia.
No se detienen.
Ellos también se van jugando la vida.
De pronto los focos y el letrero de la micro aparecen.
Comienza a frenar a media cuadra y se tira contra la solera para detenerse.
Abre sus dos puertas y va lleno de gente.
Gente como yo, que no le queda de otra que salir a enfrentar la nieve.
Sus rostros húmedos, sus manos congeladas, la sonrisa nerviosa del que sabe que tuvo suerte de subirse a la micro antes de la muerte.
El conductor un hombre joven que sabìa que volver seguro a su casa no era una probable opción.
Fue amable en todo momento.
Siguió subiendo gente en la bajada interminable de Avenida Independencia. Nos apretamos, nos juntamos.
Fuimos solidarios. Pasajeros del mismo abandono.
Estudiantes, obreros, dueñas de casa, adultos mayores y niños.
La sociedad entera entraba en esa micro.
La sociedad sin privilegios, la de pequeños sueldos y grandes sueños, la de escuela pública y Policlìnicos, la que se juega el pellejo en estos días, cuando otros lo miran por la ventana desde sus cómodos asientos.
Doblamos camino hacia el centro y el conductor dijo con voz temblorosa:
-Lo siento, vamos llenos.
Entonces puso otro cambio y nos acercamos al primer paradero, donde la gente esperaba subirse, pero la micro pasò de largo.
Alcancè a ver un par de ojos que miraban con piedad.
Pronto la ventisca los cubrió y pasaron a ser parte de un pasado invisible y olvidado.
Otro paradero, pero con màs gente.
Eran estudiantes la mayoría y corrieron hacia la micro que seguía su curso.
Un semáforo en rojo nos detuvo.
Los estudiantes llegaron y pedìan que les abrieran la puerta, golpeaban las ventanas ¡abra por favor, abra! gritaban.
El conductor no los mirò, porque que quizás asì es màs fácil continuar, sin ver a los ojos de quienes vas dejando atrás.
En el centro de la ciudad fue lo imposible.
Hordas de zombies querían subirse, sus rostros desencajados por el frio y el dolor, sus pedazos de brazos golpeando, sus cuerpos desmembrados cruzando la calle, los gritos destemplados rasgando las paredes, la humanidad muriendo a la intemperie y David Gilmour estrujando su guitarra y mi mente diciendo Confortably Numb me siento, Confortably Numb me siento.
Por fin llegamos al hospital viejo, ese era mi paradero.
Bajè como quien es liberado de un secuestro.
Las pastillas ya estaban haciendo lo suyo en mi cerebro.
Lleguè a mi casa y aquí estoy hace semanas.
Tengo legumbres y harta agua.
Agua que hago con la nieve que en una cubeta entro por mi ventana.
Mauricio Guichapany.