El poder de vivir como se piensa: Mujica y la política con sentido | Arturo Díaz, Consejero Regional de Magallanes

El poder de vivir como se piensa: Mujica y la política con sentido | Arturo Díaz, Consejero Regional de Magallanes

Para quienes participamos de la política en alguna de sus vertientes y vemos en ella una herramienta de transformación social, José “Pepe” Mujica no puede dejar de ser un ejemplo. Un hombre que, dependiendo de la situación histórica de su país y el consiguiente análisis de la misma, no escatimaba en esfuerzos para luchar por lo que creía justo, comprendiendo, con el pasar de los años, que cambiar es tan humano como luchar.

En su faceta de senador o presidente fue un ferviente defensor de la democracia con todo lo que ello significa, procurando siempre el bienestar de su pueblo por delante de cualquier interés personal, partidario o económico. Mujica encarnó, como pocos, la idea de que la política no es una carrera para el ascenso individual, sino un compromiso colectivo para mejorar la vida de las mayorías.

La coherencia entre su discurso y su modo de vida fue una de sus mayores fortalezas. Mientras ocupaba el cargo más alto de su país, continuó viviendo en su humilde chacra en las afueras de Montevideo, renunciando a las comodidades del poder. Desde allí, acompañado de su compañera Lucia, herramientas gastadas por el trabajo constante de la tierra y un perro de tres patas, enviaba un mensaje claro y poderoso: la política debe estar al servicio del pueblo y no del político.

Donó gran parte de su sueldo presidencial a organizaciones sociales, viajaba en su viejo Volkswagen y se alejaba de toda parafernalia asociada al poder. En un mundo donde la política muchas veces se tiñe de privilegios, discursos vacíos y promesas incumplidas, Mujica se mantuvo firme en sus convicciones, ejerciendo su rol desde la austeridad y la transparencia.

Pero más allá de lo simbólico, sus decisiones también marcaron un rumbo. Durante su gobierno impulsó políticas progresistas que situaron a Uruguay como un país pionero en América Latina: la legalización del aborto, el matrimonio igualitario, la regulación del cannabis, entre otras. Todas medidas que, independientemente de la postura de cada quien, nacieron desde una voluntad genuina de ampliar derechos y generar una sociedad más justa, más libre y más humana.

José Mujica no fue un político perfecto, pero su legado nos interpela constantemente. Nos recuerda que no se puede hablar de justicia social desde la comodidad del privilegio; que el ejemplo personal importa, que la coherencia entre el decir y el hacer no es una utopía sino una responsabilidad ética; y que la política, si no es para transformar la vida de las personas, especialmente de quienes más lo necesitan, pierde su sentido más noble.

En tiempos de descrédito de las instituciones, donde la desconfianza ciudadana crece y la política parece cada vez más ajena, figuras como la de Mujica se vuelven faros que nos recuerdan que otra forma de ejercer el poder es posible. Que todavía hay espacio para la política honesta, comprometida y profundamente humana.

Por eso, para quienes creemos en la política como una herramienta de transformación, Mujica no solo es un referente del pasado: es también un desafío para el presente y una brújula para el futuro.