La segunda vuelta o las responsabilidades de la izquierda real – Cristian Bahamonde

Antes de iniciar cualquier tipo de reflexión acerca del escenario de venidera segunda vuelta, se debe hacer una precisión. Si la nueva mayoría es derrotada por la derecha en el balotaje del 17 de diciembre, la culpa no será, en ningún caso ni escenario, del Frente Amplio. Será la propia coalición de gobierno la que deberá hacerse cargo de -por lo bajo- duplicar el magro 22% de sufragios obtenido en primera vuelta, guarismo insignificante como pocos, entendiendo como hecho de la causa, la estéril y convenientemente subvalorada mayoría parlamentaria en ambas cámaras obtenida el 2013 y la incapacidad de iniciar procesos transformadores de una coalición que decidió convivir desde los pactos electorales y el cálculo político-aritmético y no desde las necesarias convergencias ideológicas y programáticas necesarias para impulsar un proyecto de concreta revisión insurreccional de la plutocracia imperante y urgente y necesaria abolición de la democracia burócrata burguesa.
Esta certeza no tiene que ver con avalar algún poco probable atisbo de infantilismo revolucionario o parchar de antemano alguna herida abierta por no cumplir con lo que, en estos casos, corresponde. El secreto está en ganar la contienda teniendo la capacidad de aprovechar los recursos disponibles y no restarse, siendo pirotécnica excusa, lo insano que resulta elegir entre dos opciones que representan lo malo y lo menos malo. Sumarse en segunda vuelta, será ver cómo se las arregla la nueva mayoría para, en tres semanas, izquierdizarse todo lo que no se izquierdizó en 27 años, significa sentarse a mirar cómo van a hacer para tirar por la letrina casi tres décadas de neoliberalismo corregido, progresismo en extremo atenuado y búsqueda majadera y recurrente de la gobernabilidad por sobre todas las cosas, significando eso, darle en el gusto de manera ininterrumpida a las oligarquías y clases dominantes que hoy día disfrutan de las granjerías de su propia revolución, iniciada por las armas (como todas las revoluciones de verdad) y no por la vía electoral, siendo el Palacio de la Moneda en llamas y el Presidente elegido democráticamente con la masa encefálica perforada a balazos, dos poderosas señales del inicio del proceso de dominio reaccionario que –mal que nos pese- llegó para quedarse.
En este contexto, bien cabe preguntarse: ¿Cuál es la responsabilidad de la izquierda extra nueva mayoría en este entuerto?
Yo soy de los que va a votar por Guillier, pero en ningún caso por que existan mínimas coincidencias ideológicas que gatillen la decisión o porque entienda que quienes están detrás de su candidatura son los que deben determinar, en la medida de lo posible, -era que no- los destinos de nuestro país. Voy a votar por Guiller porque entiendo que va a prescindir de la Democracia Cristiana o de buena parte de ella, para continuar sin cortapisas, la necesaria vuelta de tuerca que la izquierda chilena necesita.
Voy a votar por Guiller en segunda vuelta porque va a mirar a quienes pesan más de un 20% hoy y no a quiénes, raspando la olla al máximo llegaron sólo al 5%, voy a votar por Guiller porque va a eliminar la odiosa y nunca finalizada gradualidad de sus antecesores y va a ir de cabeza por terminar con el modelo de pensiones que tenemos hoy, por recuperar el cobre para Chile, por renacionalizar la banca, por otorgar una salida al mar a Bolivia, por reconocer constitucionalmente la existencia de pueblos originarios y por dignificar nuestro sistema de salud público, todo esto en un contexto de un Estado garante de derechos esenciales, cautelando los valores más profundos del pueblo, a lo menos. Voy a estar con él, porque va a iniciar una nítida y decidida política de restitución de tierras ancestrales y va a reconocer al pueblo mapuche como un estado-nación, dentro de otro estado-nación, voy a estar con él porque va a terminar con la constitución del tirano genocida y la va a cambiar por una nueva, porque va a sacar la palabra reforma de su lenguaje de campaña y la va a cambiar por transformación, porque alzará los impuestos a los más ricos y perseguirá a los grandes empresarios y concentradores de la riqueza sin especular, porque va a garantizar gratuidad universal en educación, porque va a iniciar una política de recuperación de nuestros recursos naturales y porque va a convocarnos a converger en un proyecto que no incluya vedettes, ni militantes con cargo, infiltrados en un gobierno del que debieron irse junto con la candidata que los llevó a la debacle y en el mismo momento en el que ella se declaró “resilente”.
Podría seguir pidiendo cosas, pero entiendo que aquel que hoy llama a la unidad y festeja ruidoso su angosto 22%, primero asumirá que perdió por amplio margen y que para ganar la batalla final debe olvidarse de los oxidados anclajes de la democracia protegida, temerosa, entreguista y cautelada que nos heredaron sus cercanos. En estas materias, la responsabilidad de la izquierda real tiene relación con la observación, acompañada ella, de la siempre necesaria e irrenunciable sospecha. Algo así como el soberano derecho a dudar. Se necesita más que una foto o una espuria seguidilla de reuniones para que esto tome cuerpo.
Se necesita inteligencia política, pero también táctica. Escenario ideal sería que el adversario sea la vieja izquierda, que la oposición tenga relación con tensar las amarras de la moderación y el irritante y odioso conservadurismo de los Estocolmo Boys. Finalmente, y para dotar de sentido la discusión, resulta estrictamente necesario ver y chequear agudamente cómo reacciona el vice campeón de la disputa duopólica ante tan incuestionable derrota en primera vuelta. De ese que salió segundo estoy hablando. Del otro ya lo sabemos todo, o casi todo.
CRISTIAN BAHAMONDE
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