Ni al infierno ni al paraíso, sino a practicar el entendimiento | Víctor Maldonado

Ni al infierno ni al paraíso, sino a practicar el entendimiento | Víctor Maldonado

En la ocasión final que tuvieron los convencionales para debatir sobre el proceso constituyente se produjo el reconocimiento de filas de las posiciones menos matizadas. Las intervenciones de un extremo serán ocupadas por el otro en la campaña para mostrar con cuanto sectarismo se las tuvieron que ver.

Serán los últimos recuerdos de una instancia que dejará de funcionar esta semana. A partir de entonces, habrá que atenerse a un documento que tendrá que soportar el juicio informado de cientos de miles de compatriotas.

Las expresiones de intolerancia se explican por el método escogido para presentar los distintos puntos de vista: no se le habla al que se tiene al frente, sino que se aprovecha la instancia para dirigirse a la barra brava de cada cual.

Aquí encontramos una diferencia muy grande con el texto que se está concluyendo. Cuando los convencionales hablan acentúan sus diferencias, cuando tuvieron que votar artículo por artículo acentuaron sus coincidencias.

Las visiones más radicales de lado y lado han contado siempre con la máxima difusión y su intención política se proyectó como lo predominante. Pero lo que ha quedado impreso, tras resolverse en votaciones de 2/3, es algo muy diferente.

Muchos se sorprenderán del curso que tomen los acontecimientos a partir de la redacción que acaban de aprobar, ya superada una retórica que embriagó a muchos convenciones, sin producir más efectos que una agitación en el aire.

Algunos, como la convencional María Rivera, de la Lista del Pueblo, ya lo ha entendido: “gane el Apruebo o el Rechazo, Chile no cambiará después del plebiscito y… tendremos que seguir luchando”. Estas palabras deben ser entendidas en el sentido que nada cambiará en la dirección imaginada por los más radicales, sin embargo, no será esta la opinión de la mayoría.

Si bien ahora son los representantes de la derecha los que despotrican por lo que llaman “el mamarracho”, lo usual, después del plebiscito, es que los que renieguen de lo aprobado sean los mismos que hoy lo defienden con exaltación, en el mismo orden con el que ahora han expresado su posición extrema.

Los más polarizados rara vez se hacen responsables de sus actos. Si las cosas no salen como imaginaban, o si terminan por sorprenderse de las consecuencias de lo que ayudaron a aprobar, lo que hacen es acusar de traición a otros. En esta mirada, los dardos se dirigirán de preferencia a los socialistas.

No tendrán a nadie a quien culpar. No se va a repetir una votación en la que se vieron sobrerrepresentados aquellos a los que les gustan hablar en nombre del pueblo, pero que se trata de una versión del “pueblo” tan a su medida que nunca se llega a identificar con ninguna mayoría que se verifique en las urnas.

Lo que se resolverá el 4 de septiembre será la expresión de mayorías y minorías, pero no dará cuenta de un país dividido. No hay un solo sector político importante que quiera la confrontación. Para dividirse hay que querer dividirse y nadie en Chile responsablemente quiere que eso suceda. Al revés, lo que puede venir ahora es la oportunidad del entendimiento, es decir, de la buena política.

No se acerca el paraíso, ni nos dirigimos al infierno, lo que viene serán muchos años de trabajo para terminar de afinar plenamente las reglas democráticas.