Navidad con perfume de gol | Cristian Bahamonde Osorio | Opinión
«Sueños de niñez, convertir alguna vez un gol a estadio lleno, eludiendo al portero. La canción de Los Miserables en la retina de manera empírica, evidente, nítida, sublime.
Este 25 de Diciembre fuí testigo de una imagen hermosa. Plaza Esmeralda, en el corazón del populoso Barrio Prat (el barrio que me vió crecer, no tanto en honor a la verdad, pero ahí me crié), regado de pelotas de fútbol nuevas, varias pichangas jugándose simultáneamente y camisetas luminosas con un sol radiante sobrevolando ese terreno fértil para jugadas distinguidas y pases como estiletes. De las camisetas, una con más estrellas que otras, claro está.
Gritos de gol con voz de niñas y niños, enganches, paredes, cambios de frente y hasta una acrobática chilena. Todavía quedan familias que se dan un tiempo para jugar, sólo jugar pensé. Se me hizo un nudo en la garganta. La de Navidad fue una instantánea mágica, casi atemporal. El sonido de la pelota golpeada certeramente por un empeine educado y virtuoso, contrastaba con las bocinas, los insultos y el stress del consumo infame del 24, del día anterior. Es que era fútbol, sólo fútbol. La pelota no pasa de moda y me dió gusto comprobarlo y de paso confirmar que, cómo dijo el pelusa, «No se mancha». No me gusta que los relatores la llamen «La caprichosa», sí sólo busca que la traten bien, que la cuiden, que la acaricien, que la compartan, sí ella sabe que alcanza para todos (as).
Chicas jugando con chicos, niños con adultos, Gerentes con pintores de brocha gorda. Desborde del empresario y centro atrás, golazo del hijo del guardia de la fábrica. Abrazo eterno y sincero. Pepa.
Sobre la marcha pensé que a nuestro país le hace falta jugar, reírse, encontrarse, ponerse de acuerdo, generar condiciones para que todos ganen, tirar paredes, amagarle a la ambición. A Chile le falta gol, y los triunfos de las mayorías son esporádicos y episodicos. Es que en nuestro país, cada vez que el equipo más débil está por triunfar, los mismos de siempre recurren al VAR, ellos lo manejan. Es lo que nos toca.
Sin embargo, emociona saber que en las barriadas de nuestras ciudades, una pelota no deja de unir, de comunicar, de igualar. Allí no hay competencia descarnada ni zancadillas mal intencionadas. El audio ambiente es un grito de gol, un niño feliz, un abuelo emocionado, una pelota haciendo temblar un travesaño. La pintura, una camiseta de Messi, un peinado cómo el de Vidal o una promesa detectable a poco andar. «Ese cabrito juega….Ojo», dice el vecino, mientras acomoda en su boca ingobernable, su pucho incorregible.
No todo está perdido, todavía hay gente que entiende que la tele no es todo, que el barrio es nuestro hábitat y hay que cuidarlo y que la cucha para la bebida en el negocio de la esquina nos iguala, nos educa desde lo simple, nos conecta con lo más profundo de nuestra alma popular, esa que escondemos vaya a saber porqué.
Ahí, en plena navidad, estaba el arco con ropa, el sombrerito al arquero, la camiseta amarilla del Loro Morón, la pichanga sin árbitro, por tanto sin foul, el vecino que no se aguantó y se sumó a pesar de que vestía su mejor pinta.
En esa plaza, cómo dicen certera y genialmente los Sol y Lluvia, estaba la vida…….tal cómo es».
Cristián Bahamonde Osorio.

